Nunca había escrito un romance,
una décima o un soneto, pero Alberto García Reyes tenía acreditados la pluma y
el verbo, curtidos en mucha profunda y poderosa prosa, para hacerlo, y ayer
lanzó sus versos al aire y el público de la capilla del Dulce Nombre de Jesús,
donde fue el mantenedor de la XLV edición de los Juegos Florales de la
Hermandad de la Vera Cruz, en los que se entregó el premio a Daniel Cotta por
su tríptico de sonetos “...Y una muerte de Cruz”.
En el acto, que cuida la
Hermandad como acontecimiento cofrade y cultural, Alberto García Reyes
pronunció un pregón en toda regla, con una medida en tiempo en la que la
palabra no decayó. Texto magnífico, en el que no faltaron las anécdotas que tan
bien sabe contar Alberto, y que no careció de flamenco, en ese compromiso del
periodista con el cante jondo.
Fue un viaje por cruces y flores
físicas e intangibles de Sevilla, una meditación en torno al mes de mayo y al
espíritu eminentemente literario de los Juegos Florales, en el que también dejó
caer en buena prosa alguna crítica no desde lo ajeno sino desde su propio ser
de sevillano, porque “Sevilla es una cruz hecha con versos. Y de conversos. Un
cruce de caminos entre los más grandes poetas y los mejores ripios”. Pero nada
de ripio hubo en la exaltación en la que el periodista encadenó, entre su
prosa, frases de soleares que adquirieron hasta sentido de sentencias para
repetir... “la verdad cayendo por la mejilla, la hambre cantando la copla de
las tripas, el pan de manita ajena, a lo pasaíto pasao, piedra que perdió su
centro, los niños pendientes del aire, sentados en la plazuela. Y el porvenir
nunca llega”.
En el itinerario de las cruces y
las flores de Sevilla, de capillas, iglesias, palacios, enclaves; las suyas
propias, jugó a los versos que llevaba con pudor entre los papeles -brillantes
décimas para la Macarena y las de la “Cruz que cruza la cruzada”-, también
guardaba nombres de gentes de la tierra, del pueblo, gentes antiguas, poetas y hasta el de Anica
la Piriñaca, “que cuando cantaba bien, la boca le sabía a sangre”, tremenda y
veraz metáfora en la que desembocó tras mirar al Cristo de la Vera Cruz “que
habla por la boca de sangre que tiene abierta en su costado”.
El fin, con un romance: “He hecho
una cruz con dos rosas”. Magnífico pregón de palabra y verso, en regla, en
rito, en Cruz y flor abierta.