Solo el hijo de la luz, pudo engendrar vida en el monte de la muerte. Huellas sobre la mar y preceptos del reino celeste, entre Olivos. Yerma la tierra que desoye al Verbo ungido, sometida a la moneda del pecado. En el Calvario, Simón abrazó la amargura del madero, manos curtidas sobre un cáliz redentor y junto a él, la liberación del ser.
Los ángeles, silenciaron los ecos de sus trompetas enjugando las lágrimas, de las sombras que contemplaron su rostro, en la mirada del Nazareno. La conjunción de la tierra y el firmamento, irradian del Cristo. Virtudes corpóreas que guarda el alma, aura matizada, que el tránsito entrega a una dimensión de contrastes. Brisa celestial acaricia la tierra y la bendición del Reino alumbra, al que nos ayuda a portar en nuestro sendero, el peso de nuestro madero, como aquel elegido, Simón.
José Antonio Guzmán Pérez
Recordatorio Calvario de Iris