Desmadejamos los caminos hasta llegar frente a tu altar, pisando las huellas que habían repartido por la Tierra Prometida miles de seres durante siglos antes que nosotros, sedientos de tu verdad infinita. Y cuando nuestras almas atravesaron la frontera de los sueños, esos que jamás me abandonaron a pesar de los océanos de ausencia, pudimos divisarte en la lejanía, blanca como una paloma de pureza perpetua, eterna como una madre.
Acababa una de tantas misas que tus hijos ofrecen para rendirte pleitesía y nos acercamos lentamente, como queriendo atesorar en nuestras memorias cada segundo de los que compondrían aquella maravillosa madrugada.
No pudimos aferrarnos a tu reja a causa de los habitantes que parecían no querer abandonar aquel pequeño rincón de paraíso, pero no fue necesario, porque tan sólo con sentir tu presencia, todas nuestras tribulaciones abandonaron nuestros pensamientos y una sensación de paz como hacía mucho que no sentíamos, impregnó nuestros espíritus para comprender que estaba todo escrito para que aquel día, en aquel preciso instante estuviésemos exactamente allí, frente a tu sonrisa, esa que muestras como una niña nerviosa conocedora de lo que va a suceder en poco tiempo
Te hablamos en silencio de nuestras cosas, de nuestra gente… y en medio de aquel caudal de oraciones sentí que nos escuchaste, no sabría explicar cómo pero lo sentí. Entonces la señora que rezaba a mi lado sembró las rodillas en el arenal en que se había convertido el suelo de la ermita y comprendí que todos sentíamos de forma idéntica, todos sentíamos que nos escuchabas, no colegiadamente sino de forma individual… solamente a nosotros…de manera única…
Terminamos nuestras oraciones y nos preparamos para el rosario. Avanzaba el Simpecao en la penumbra de la noche precedido de las promesas convertidas en cera derretida, en hileras permanentes de oraciones calladas que condujeron nuestras pisadas hasta la plaza de Doñana… los minutos se fueron desgranando entre misterios y avemarías… y en nuestros corazones habitaba un único anhelo, que el tiempo corriese deprisa y llegase el momento…
Entonces, un rosario de Simpecaos inició el sendero que conduce a tu nido bajo el relente que se iba transformando en frío despaciosamente. El mundo entero comenzó a dirigirse hacía tu presencia para alimentarse del maná de tu bondad imperecedera.
Ocupamos nuestro humilde rincón en medio de la inmensidad que buscaba tu belleza como dos gotas más del piélago que bañaba tu santuario. Y entre la ceguera de la multitud y la lejanía sentimos que sucedió, repentinamente como siempre… porque Tú y sólo Tú lo quisiste… y porque así estaba escrito, atravesaste el cancel que te separaba de nuestras emociones para navegar como una barca en aparente deriva pero con un rumbo prefijado por la mano del Espíritu Santo.
Inundaste los cuatro puntos cardinales regalando tu esencia a los miles de corazones que buscaban tu divina majestad, mientras las horas se fueron precipitando, escapándose de entre los dedos como un suspiro… te buscamos frente a Carrión mientras una lluvia de pétalos rozaba tus mejillas, sentimos el calor almonteño y el amor de Triana entre oraciones de voz y guitarra a compás de tres por cuatro… y buscamos nuestro lugar tras el Simpecao que pintara Julio Romero… como dos más de tus hijos… hasta que ocurrió, súbitamente… llegaste, maravillosa, perfecta, infinita… y entonces nos miraste a la cara… tus ojos se cruzaron con los míos y sentí que me hablabas reconfortando mi espíritu herido de miles de batallas que en tu presencia perdieron todo sentido… y una paz incalculable floreció en mis entrañas…y dos lágrimas se derramaron por mis mejillas.
Fue en ese preciso instante, en aquel momento de fe, cuando comprendí que Tú eres la puerta que conduce a la gloria misma y a la presencia del Padre y que si te tengo frente a frente ya puede esperar la muerte, porque sólo hay cielo en tu ribera… sólo hay Gloria si Tú estás…
Guillermo Rodríguez
Recordatorio El Cirineo