La reciente retirada del azulejo
que corona el Arco de la Macarena por motivos de conservación, y la extraña
broma que ha dejado termporalmente oculto al jilguero de San Pedro, han puesto
de manifiesto la importancia artística de estas piezas de cerámica que, en gran
número y calidad, lucen en infinidad de templos sevillanos sin que a veces se
le reconozca su valía.
Para repasar los más destacados,
nada mejor que la experta opinión de los miembros de la web Retablo cerámico y
de la Asociación de Amigos de la Cerámica Niculoso Pisano, con el ceramólogo
Martín Carlos Palomo a modo de portavoz.
La lista, más que en la innegable
calidad artística, se ha basado en aquellos criterios que los hacen únicos,
como son la época, la técnica, la historia, el realismo, el tamaño o, por
ejemplo, el emplazamiento, como ocurre con el citado azulejo de la Esperanza
Macarena. Sirva esta obra como punto de partida de una lista en la que el orden
es accesorio.
1. El Gran Poder, en San Lorenzo
En la fachada principal de la
parroquia de San Lorenzo, la que da a la plaza del mismo nombre, a la altura de
la que hoy es la capilla del Dulce Nombre, luce un retablo cerámico al más puro
estilo sevillano. No sólo porque en él figura Jesús del Gran Poder, sino porque
fue el primer azulejo que se colocó en el siglo XX, iniciando un estilo
realista que se extendería plenamente al conjunto de templos de la ciudad.
La obra destaca por dos motivos:
por encontrarse la imagen dentro de una especie de hornacina, de bella
arquitectura, y por presentar la túnica de los cardos, confeccionada por las
Hermanas Antúnez durante el año de 1880.
El devoto conjunto del retablo
logró que se reconsiderara la decisión de sacar al Gran Poder a la calle
únicamente con túnica lisa. No obstante, el tiempo ha hecho prevalecer este
atavío, dejando las túnicas bordadas para casos especiales. La última vez que
se pudo ver al nazareno a la manera del azulejo fue en 2008.
El visionario encargo fue
ejecutado por el maestro ceramista Manuel Rodríguez y Pérez de Tudela, sobre la
iniciativa de Antonio Mejías, por aquel entonces Hermano Mayor del Gran Poder,
y colocado el 31 de marzo de 1912, como recuerda Jesús Palomero en «Ciudad de
retablos».
Dentro de la basílica, en el columbario,
existe una réplica de este simbólico azulejo. Antonio Rodríguez Palacios,
presidente del Colegio de Veterinarios de Sevilla, encargó en 1920 al mismo
autor una copia del retablo para su vivienda particular, hoy el número 39 de la
calle Goles. Al traspasarse la propiedad, la familia decidió donarla a la
hermandad.
2. Nazareno de la O en su
parroquia
Esta pieza es necesaria por ser
la más antigua de cuantas figuran en las fachadas de los edificios religiosos
sevillanos, concretamente de 1760. Aunque se desconoce su autoría, su origen es
el mismo que su destino: Triana.
La costumbre hace dudar cuando se
contempla este azulejo sito en la fachada de la parroquia de la O. ¿Es
realmente el «jorobaito» de Triana? Lo cierto es que no. «Hasta el siglo XX los
retablos cerámicos representaban iconografías, no las tallas concretas que se
veneraban dentro del templo», explica Martín Carlos. La razón es obvia: al no
haber fotografía, resultaba una tarea árdua conseguir un modelo que calcar.
Es curioso que, aunque éste sea
el icono en el que se terminarían basando los trabajos de principios de siglo
XX, el paisaje, la Calle de la Amargura que contextualiza la escena, es menos
agreste y apocalíptica que las que se realizarían a posteriori.
3. Cristo de la Buena Muerte en
la Anunciación
Si hasta ahora, los retablos han
destacado por cuestiones temporales, por ser pioneros en la historia o en el
estilo actual, para la asociación hay otros que merecen su lugar en esta lista
por el espacio que ocupan, en fachadas que fueron sede histórica de la imagen y
que hoy son sólo recuerdos del pasado. Pero que siguen permaneciendo allí.
Se aprecia en el retablo cerámico
de la Virgen de la Estrella en la iglesia de San Jacinto, donde radicó hasta
labrarse capilla propia en 1976. Sin embargo, es aún más llamativo el caso del
azulejo del Cristo de la Buena Muerte, dada la distancia que separa el templo
de la Anunciación de la sede central universitaria en la actualidad.
Antonio Kiernam fue el artífice
de este retablo, realizado en Cerámica Santa Ana sobre proyecto de Antonio
Delgado Roig, Alberto Balbontín y Francisco Collantes de Terán. Además de por
la maestría en la cerámica, destaca por el imponente moldurón que envuelve la
pieza, y que alcanza los 6 metros de largo por 3 de ancho.
La obra buscaba ser homenaje a
las bodas de plata de la hermandad, pero finalmente se bendijo el 25 de octubre
de 1953. Hasta el año 66, la Plaza de la Encarnación contó cada Semana Santa
con la presencia del crucificado de Juan de Mesa. Hoy, a pesar de los
vanguardistas cambios en la fisonomía del enclave, aún luce la Buena Muerte en
el testero lateral.
4. Pastora de Capuchinos en su
atrio
Como representación de las
Glorias, los miembros de la web han escogido este retablo, que puede
contemplarse en el atrio del convento de los Capuchinos, y en él que se se dan
cita varias curiosidades.
En primer lugar, la imagen que
aparece no es un retrato del Cristo o la Virgen en cuestión, ya sea en el
camarín, en el ideario del autor o en medio de la calle de la Amargura. Aquí se
plasma un episodio reciente, sobre la talla y no sobre la advocación: la
imposición de la diadema a manos del Obispo de Ostracine en 1921, acto
reconocido en 2004 como Coronación Canónica.
En segundo lugar, por los «asistentes» al
evento. Además de la autoridad eclesiástica y de numerosos miembros de la orden
capuchina, en la zona inferior aparecen una serie de invitados de excepción.
El que mira al espectador es
Manuel Ramos Rejano, dueño de la fábrica de cerámica donde se elaboró la pieza.
Junto a él figuran los poetas José María Izquierdo y José María Pemán y, para
rematar la simbología, justo donde se aprecia la firma del autor, Enrique Orce
Mármol, aparece su autorretrato.
5. Cristo del Amor en Villegas
Es inevitable. Al transitar por
la calle Villegas, la vista se va al retablo cerámico en el que, bajo tejaroz
(el «dosel» de obra) aparece la sagrada imagen del crucificado del Amor.
«Estamos hablando de una pieza a tamaño natural, de 4,80 por 3,75 metros, y que
además tiene una calidad sobresaliente», explica Martín Carlos Palomo.
El efecto de realismo se consigue
a través de la exquisita factura, tanto de los elementos que simulan madera
tallada y bañada en oro, en claro recuerdo al paso del Cristo, como por los
candeleros que emergen de la cerámica, así como por los pequeños jarrones que,
en la parte inferior, exornan en ocasiones la escena.
Fue donado por Manuel Casana,
Teniente de Hermano Mayor, en 1930, quien encargó la obra a Enrique Mármol
Rodrigo, en colaboración con Manuel Cañas, y que se ejecutó en la fábrica de
Nuestra Señora del Rocío.
Casana quedó tan enamorado de la
pieza que encargó una réplica. Se desconoce si el autor fue el mismo, pues hay
un notable descenso en la calidad, pero entre 1931 y 1964, un azulejo idéntico
lució en el patio interior de la carpintería que el benefactor regentaba en la
calle Santo Domingo de la Calzada.
Tras el cierre del negocio, se
recolocó en la Hacienda Mejina, en Espartinas, donde aún se puede contemplar a
día de hoy, rojo damasco de fondo.
6. Sagrada Mortaja en el compás de
su templo
A simple vista podría parecer el
más antiguo. Y, en esencia, lo es. Lo que se representa es un grabado recogido
en el libro de reglas de la hermandad de la Sagrada Mortaja titulado «Nuestra
Señora de la Piedad de Santa Marina», obra de Diego San Román y Codina que data
de 1751.
Sin embargo, su «transfiguración»
en azulejo llegó en 1973 a manos de José Escolar Mateos, en la fábrica
Montalván, que crearon este retablo que luce en el compás del ex convento de la
Paz. Ya no en Santa Marina, como la escena original, pues la hermandad se ve
obligada a abandonar dicho templo por los sucesos del 36.
Para los miembros de la web
Retablo Cerámico, este azulejo es fundamental por ser el único monócromo, tan
sólo empleando el azul cobalto sobre el fondo blanco.
7. Virgen del Subterráneo en su
sede
La presencia de este retablo
cerámico en la actualidad es fruto de una decisiva coincidencia. De ahí que el
equipo de la web no dude en situarlo como pieza indispensable.
Observando en la esquina inferior
derecha aparece un año: 1959, que no es otro que la fecha de colocación de esta
obra, realizada por Antonio Morilla en la fábrica de Pedro Navia. Sin embargo,
el cofrade más avezado sabrá que la Hermandad de la Cena no llegó a los
Terceros hasta el año 1973. Que su última etapa la pasó en la iglesia de la
Misericordia.
Ahí está la clave. El azulejo
lucía en la fachada del citado templo, y a la marcha de la corporación
sacramental, quedó allí, recordando la devoción a la Virgen del Subterráneo.
En 1978, por necesidad de obras
en la fachada de la Misercordia, el Rector de San Juan de Dios avisa a la
Hermandad para que se retire el azulejo. Tras un análisis técnico, se conoce
que si la obra se desmonta acabaría con daños irreparables, por los materiales
empleados, por lo que se acuerda con la Junta Provincial de Beneficencia,
propietaria del inmueble, dejarlo allí.
Sin embargo, los religiosos se empecinan
y dan orden a los operarios de quitar la pieza «pues la Virgen ya no residía
allí». Esa escena fue la que se encontraron dos hermanas y camareras de la
dolorosa, que pasaron casualmente por el templo. Aunque se llegó a fragmentar
la cara de la Virgen, las dos restauraciones a las que ha sido sometido el
retablo demuestran que luce como el primer día.
8. Los Servitas en su capilla
Según la Asociación Niculoso
Pisano, la singularidad de este retablo radica en el devenir histórico de la
corporación a la que representa. A diferencia de la de muchas hermandades, en
tiempo pujantes y hoy extintas, la historia de Los Servitas habla de una
reactivación «in extremis». Tras décadas de olvido y decaimiento, varios
cofrades deciden recuperar, en 1950, el culto a sus sagrados titulares, en
especial a la Virgen de los Dolores, gran devoción de antaño.
Tanto es así, que necesitaron de
una nueva aprobación, por parte del Arzobispado, para volver a efectuar
Estación de Penitencia a la Catedral, ya en la tarde del Sábado Santo. De 1972,
por vez primera.
Así, el retablo cerámico que nos
ocupa es un regalo que la historia hace a la hermandad actual, una herencia de
la Orden Tercera de los Siervos de María, la que decide colocarlo en la parte
alta de la fachada, allá por el siglo XVIII, sin poder precisarse una fecha
concreta.
Precisamente, son los fundadores
de la Orden, San Felipe Benicio y Santa Juliana de Falconieri, los que aparecen
en torno a la figura de la Virgen en sus Siete Dolores. Poco se conoce de esta
obra, salvo que procede de algún taller de cerámica de Triana.
9. El Prendimiento en su capilla
Lo que destaca aquí es el
protagonista, pues si bien la advocación es la misma, la del Soberano poder en
el Prendimiento, la talla cambia. En el azulejo aparece la efigie atribuida a
la gubia de Ruiz Gijón, y no la actual de Castillo Lastrucci.
El retablo fue colocado en 1930,
fecha en la que aún procesionaba el cristo que hoy se venera en la parroquia
del Juncal. Aunque se cambió la imagen en 1945, el azulejo ha permanecido
intacto, en deferencia a una talla que recibió la veneración de la hermandad
durante al menos tres siglos.
Si antes comentábamos que el
azulejo del Gran Poder de 1912 sentaba las bases de un estilo venidero, en esta
producción de Antonio Kiernam se ve claro. La «arquitectura» que enmarca al
Cristo es una copia evidente de la que plantease Pérez de Tudela para el señor
de Sevilla. El parentesco entre ambos, tío y sobrino, justificaría este uso
casi como un homenaje al maestro, fallecido en 1926.
Como curiosidad, tanto éste como
el de la Virgen de Regla presentaron tejaroces hasta 1961. También es llamativo
que el retablo de la dolorosa, del mismo autor, tenga fondo liso y el del
Cristo presente «un brocado en oro».
10. Esperanza de Triana en Pastor
y Landero
No podrían faltar en esta lista
aquellos retablos que son muestra plausible de devoción, al estar situados en
fachadas de edificios públicos y no en templos. Para Martín Carlos Palomo no
hay duda, «el mejor es el de la Esperanza de Triana en la calle Pastor y
Landero con Almansa, en lo que anteriormente era la Cárcel del Pópulo».
¿Por qué este enclave? Porque
desde ese punto, donde se encontraba el locutorio de presos, los propios
reclusos cantaban sentidas saetas a la Virgen, cuyo palio se volvía y detenía
ante los internos. Sin ir más lejos, la marcha «Soleá dame la mano» nació de
esta estampa, de un cante al alba de una madrugá a la que asistió Manuel Font
de Anta, una saeta con la siguiente letra: «Soleá dame la mano, por las rejas
de la cárcel, que tengo muchos hermanos, huérfanos de padre y madre. Eres la
Esperanza nuestra, estrella de la mañana, luz del cielo y de la tierra, honra
grande de Triana».
Fue creado en 1955 por Antonio
Kiernam y Cerámica Santa Ana, a iniciativa de la hermandad, aunque también es
notorio el trabajo del marco, a cargo del taller de Emilio García Ortiz.
El mimo con el que se cuida esta
obra es loable. Una hermana, y residente en el edificio, Ángeles López Ramírez,
se encargó de exornar con flores el azulejo hasta su muerte, en 1995. Su
sobrina, Dolores Domínguez, recibió gustosa este legado que aún continúa.