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jueves, 12 de junio de 2014

Los diez retablos cerámicos indispensables de Sevilla



La reciente retirada del azulejo que corona el Arco de la Macarena por motivos de conservación, y la extraña broma que ha dejado termporalmente oculto al jilguero de San Pedro, han puesto de manifiesto la importancia artística de estas piezas de cerámica que, en gran número y calidad, lucen en infinidad de templos sevillanos sin que a veces se le reconozca su valía.

Para repasar los más destacados, nada mejor que la experta opinión de los miembros de la web Retablo cerámico y de la Asociación de Amigos de la Cerámica Niculoso Pisano, con el ceramólogo Martín Carlos Palomo a modo de portavoz.

La lista, más que en la innegable calidad artística, se ha basado en aquellos criterios que los hacen únicos, como son la época, la técnica, la historia, el realismo, el tamaño o, por ejemplo, el emplazamiento, como ocurre con el citado azulejo de la Esperanza Macarena. Sirva esta obra como punto de partida de una lista en la que el orden es accesorio.

1. El Gran Poder, en San Lorenzo

En la fachada principal de la parroquia de San Lorenzo, la que da a la plaza del mismo nombre, a la altura de la que hoy es la capilla del Dulce Nombre, luce un retablo cerámico al más puro estilo sevillano. No sólo porque en él figura Jesús del Gran Poder, sino porque fue el primer azulejo que se colocó en el siglo XX, iniciando un estilo realista que se extendería plenamente al conjunto de templos de la ciudad.

La obra destaca por dos motivos: por encontrarse la imagen dentro de una especie de hornacina, de bella arquitectura, y por presentar la túnica de los cardos, confeccionada por las Hermanas Antúnez durante el año de 1880.

El devoto conjunto del retablo logró que se reconsiderara la decisión de sacar al Gran Poder a la calle únicamente con túnica lisa. No obstante, el tiempo ha hecho prevalecer este atavío, dejando las túnicas bordadas para casos especiales. La última vez que se pudo ver al nazareno a la manera del azulejo fue en 2008.

El visionario encargo fue ejecutado por el maestro ceramista Manuel Rodríguez y Pérez de Tudela, sobre la iniciativa de Antonio Mejías, por aquel entonces Hermano Mayor del Gran Poder, y colocado el 31 de marzo de 1912, como recuerda Jesús Palomero en «Ciudad de retablos».

Dentro de la basílica, en el columbario, existe una réplica de este simbólico azulejo. Antonio Rodríguez Palacios, presidente del Colegio de Veterinarios de Sevilla, encargó en 1920 al mismo autor una copia del retablo para su vivienda particular, hoy el número 39 de la calle Goles. Al traspasarse la propiedad, la familia decidió donarla a la hermandad.

2. Nazareno de la O en su parroquia

Esta pieza es necesaria por ser la más antigua de cuantas figuran en las fachadas de los edificios religiosos sevillanos, concretamente de 1760. Aunque se desconoce su autoría, su origen es el mismo que su destino: Triana.

La costumbre hace dudar cuando se contempla este azulejo sito en la fachada de la parroquia de la O. ¿Es realmente el «jorobaito» de Triana? Lo cierto es que no. «Hasta el siglo XX los retablos cerámicos representaban iconografías, no las tallas concretas que se veneraban dentro del templo», explica Martín Carlos. La razón es obvia: al no haber fotografía, resultaba una tarea árdua conseguir un modelo que calcar.

Es curioso que, aunque éste sea el icono en el que se terminarían basando los trabajos de principios de siglo XX, el paisaje, la Calle de la Amargura que contextualiza la escena, es menos agreste y apocalíptica que las que se realizarían a posteriori.

3. Cristo de la Buena Muerte en la Anunciación

Si hasta ahora, los retablos han destacado por cuestiones temporales, por ser pioneros en la historia o en el estilo actual, para la asociación hay otros que merecen su lugar en esta lista por el espacio que ocupan, en fachadas que fueron sede histórica de la imagen y que hoy son sólo recuerdos del pasado. Pero que siguen permaneciendo allí.

Se aprecia en el retablo cerámico de la Virgen de la Estrella en la iglesia de San Jacinto, donde radicó hasta labrarse capilla propia en 1976. Sin embargo, es aún más llamativo el caso del azulejo del Cristo de la Buena Muerte, dada la distancia que separa el templo de la Anunciación de la sede central universitaria en la actualidad.

Antonio Kiernam fue el artífice de este retablo, realizado en Cerámica Santa Ana sobre proyecto de Antonio Delgado Roig, Alberto Balbontín y Francisco Collantes de Terán. Además de por la maestría en la cerámica, destaca por el imponente moldurón que envuelve la pieza, y que alcanza los 6 metros de largo por 3 de ancho.

La obra buscaba ser homenaje a las bodas de plata de la hermandad, pero finalmente se bendijo el 25 de octubre de 1953. Hasta el año 66, la Plaza de la Encarnación contó cada Semana Santa con la presencia del crucificado de Juan de Mesa. Hoy, a pesar de los vanguardistas cambios en la fisonomía del enclave, aún luce la Buena Muerte en el testero lateral.

4. Pastora de Capuchinos en su atrio

Como representación de las Glorias, los miembros de la web han escogido este retablo, que puede contemplarse en el atrio del convento de los Capuchinos, y en él que se se dan cita varias curiosidades.

En primer lugar, la imagen que aparece no es un retrato del Cristo o la Virgen en cuestión, ya sea en el camarín, en el ideario del autor o en medio de la calle de la Amargura. Aquí se plasma un episodio reciente, sobre la talla y no sobre la advocación: la imposición de la diadema a manos del Obispo de Ostracine en 1921, acto reconocido en 2004 como Coronación Canónica.


En segundo lugar, por los «asistentes» al evento. Además de la autoridad eclesiástica y de numerosos miembros de la orden capuchina, en la zona inferior aparecen una serie de invitados de excepción.

El que mira al espectador es Manuel Ramos Rejano, dueño de la fábrica de cerámica donde se elaboró la pieza. Junto a él figuran los poetas José María Izquierdo y José María Pemán y, para rematar la simbología, justo donde se aprecia la firma del autor, Enrique Orce Mármol, aparece su autorretrato.

5. Cristo del Amor en Villegas

Es inevitable. Al transitar por la calle Villegas, la vista se va al retablo cerámico en el que, bajo tejaroz (el «dosel» de obra) aparece la sagrada imagen del crucificado del Amor. «Estamos hablando de una pieza a tamaño natural, de 4,80 por 3,75 metros, y que además tiene una calidad sobresaliente», explica Martín Carlos Palomo.

El efecto de realismo se consigue a través de la exquisita factura, tanto de los elementos que simulan madera tallada y bañada en oro, en claro recuerdo al paso del Cristo, como por los candeleros que emergen de la cerámica, así como por los pequeños jarrones que, en la parte inferior, exornan en ocasiones la escena.

Fue donado por Manuel Casana, Teniente de Hermano Mayor, en 1930, quien encargó la obra a Enrique Mármol Rodrigo, en colaboración con Manuel Cañas, y que se ejecutó en la fábrica de Nuestra Señora del Rocío.

Casana quedó tan enamorado de la pieza que encargó una réplica. Se desconoce si el autor fue el mismo, pues hay un notable descenso en la calidad, pero entre 1931 y 1964, un azulejo idéntico lució en el patio interior de la carpintería que el benefactor regentaba en la calle Santo Domingo de la Calzada.

Tras el cierre del negocio, se recolocó en la Hacienda Mejina, en Espartinas, donde aún se puede contemplar a día de hoy, rojo damasco de fondo.

6. Sagrada Mortaja en el compás de su templo

A simple vista podría parecer el más antiguo. Y, en esencia, lo es. Lo que se representa es un grabado recogido en el libro de reglas de la hermandad de la Sagrada Mortaja titulado «Nuestra Señora de la Piedad de Santa Marina», obra de Diego San Román y Codina que data de 1751.

Sin embargo, su «transfiguración» en azulejo llegó en 1973 a manos de José Escolar Mateos, en la fábrica Montalván, que crearon este retablo que luce en el compás del ex convento de la Paz. Ya no en Santa Marina, como la escena original, pues la hermandad se ve obligada a abandonar dicho templo por los sucesos del 36.

Para los miembros de la web Retablo Cerámico, este azulejo es fundamental por ser el único monócromo, tan sólo empleando el azul cobalto sobre el fondo blanco.

7. Virgen del Subterráneo en su sede

La presencia de este retablo cerámico en la actualidad es fruto de una decisiva coincidencia. De ahí que el equipo de la web no dude en situarlo como pieza indispensable.

Observando en la esquina inferior derecha aparece un año: 1959, que no es otro que la fecha de colocación de esta obra, realizada por Antonio Morilla en la fábrica de Pedro Navia. Sin embargo, el cofrade más avezado sabrá que la Hermandad de la Cena no llegó a los Terceros hasta el año 1973. Que su última etapa la pasó en la iglesia de la Misericordia.

Ahí está la clave. El azulejo lucía en la fachada del citado templo, y a la marcha de la corporación sacramental, quedó allí, recordando la devoción a la Virgen del Subterráneo.


En 1978, por necesidad de obras en la fachada de la Misercordia, el Rector de San Juan de Dios avisa a la Hermandad para que se retire el azulejo. Tras un análisis técnico, se conoce que si la obra se desmonta acabaría con daños irreparables, por los materiales empleados, por lo que se acuerda con la Junta Provincial de Beneficencia, propietaria del inmueble, dejarlo allí.

Sin embargo, los religiosos se empecinan y dan orden a los operarios de quitar la pieza «pues la Virgen ya no residía allí». Esa escena fue la que se encontraron dos hermanas y camareras de la dolorosa, que pasaron casualmente por el templo. Aunque se llegó a fragmentar la cara de la Virgen, las dos restauraciones a las que ha sido sometido el retablo demuestran que luce como el primer día.

8. Los Servitas en su capilla

Según la Asociación Niculoso Pisano, la singularidad de este retablo radica en el devenir histórico de la corporación a la que representa. A diferencia de la de muchas hermandades, en tiempo pujantes y hoy extintas, la historia de Los Servitas habla de una reactivación «in extremis». Tras décadas de olvido y decaimiento, varios cofrades deciden recuperar, en 1950, el culto a sus sagrados titulares, en especial a la Virgen de los Dolores, gran devoción de antaño.

Tanto es así, que necesitaron de una nueva aprobación, por parte del Arzobispado, para volver a efectuar Estación de Penitencia a la Catedral, ya en la tarde del Sábado Santo. De 1972, por vez primera.

Así, el retablo cerámico que nos ocupa es un regalo que la historia hace a la hermandad actual, una herencia de la Orden Tercera de los Siervos de María, la que decide colocarlo en la parte alta de la fachada, allá por el siglo XVIII, sin poder precisarse una fecha concreta.

Precisamente, son los fundadores de la Orden, San Felipe Benicio y Santa Juliana de Falconieri, los que aparecen en torno a la figura de la Virgen en sus Siete Dolores. Poco se conoce de esta obra, salvo que procede de algún taller de cerámica de Triana.

9. El Prendimiento en su capilla

Lo que destaca aquí es el protagonista, pues si bien la advocación es la misma, la del Soberano poder en el Prendimiento, la talla cambia. En el azulejo aparece la efigie atribuida a la gubia de Ruiz Gijón, y no la actual de Castillo Lastrucci.

El retablo fue colocado en 1930, fecha en la que aún procesionaba el cristo que hoy se venera en la parroquia del Juncal. Aunque se cambió la imagen en 1945, el azulejo ha permanecido intacto, en deferencia a una talla que recibió la veneración de la hermandad durante al menos tres siglos.

Si antes comentábamos que el azulejo del Gran Poder de 1912 sentaba las bases de un estilo venidero, en esta producción de Antonio Kiernam se ve claro. La «arquitectura» que enmarca al Cristo es una copia evidente de la que plantease Pérez de Tudela para el señor de Sevilla. El parentesco entre ambos, tío y sobrino, justificaría este uso casi como un homenaje al maestro, fallecido en 1926.

Como curiosidad, tanto éste como el de la Virgen de Regla presentaron tejaroces hasta 1961. También es llamativo que el retablo de la dolorosa, del mismo autor, tenga fondo liso y el del Cristo presente «un brocado en oro».

10. Esperanza de Triana en Pastor y Landero

No podrían faltar en esta lista aquellos retablos que son muestra plausible de devoción, al estar situados en fachadas de edificios públicos y no en templos. Para Martín Carlos Palomo no hay duda, «el mejor es el de la Esperanza de Triana en la calle Pastor y Landero con Almansa, en lo que anteriormente era la Cárcel del Pópulo».

¿Por qué este enclave? Porque desde ese punto, donde se encontraba el locutorio de presos, los propios reclusos cantaban sentidas saetas a la Virgen, cuyo palio se volvía y detenía ante los internos. Sin ir más lejos, la marcha «Soleá dame la mano» nació de esta estampa, de un cante al alba de una madrugá a la que asistió Manuel Font de Anta, una saeta con la siguiente letra: «Soleá dame la mano, por las rejas de la cárcel, que tengo muchos hermanos, huérfanos de padre y madre. Eres la Esperanza nuestra, estrella de la mañana, luz del cielo y de la tierra, honra grande de Triana».

Fue creado en 1955 por Antonio Kiernam y Cerámica Santa Ana, a iniciativa de la hermandad, aunque también es notorio el trabajo del marco, a cargo del taller de Emilio García Ortiz.

El mimo con el que se cuida esta obra es loable. Una hermana, y residente en el edificio, Ángeles López Ramírez, se encargó de exornar con flores el azulejo hasta su muerte, en 1995. Su sobrina, Dolores Domínguez, recibió gustosa este legado que aún continúa.





 

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