Ea, se acabó el Rocío. Eso es lo que muchos deben pensar. Ya se acabaron las retransmisiones de caminos duros de arena y polvo, en favor de unas noticias más duras aún o de algún que otro partido de fútbol.
Se acabaron los artículos de Aquélla que habita en otra provincia, que algunos les parece hasta mal que la nombremos, pues no se encuentra en nuestra Diócesis, y nombrarla es no sentirse cordobés.
Por designios de la Virgen, he podido ver a personas que después el resto del año, frente a los que dirigen hermandades de penitencia renuncian de su condición de rociero, pues parto de la premisa que rociero es todo aquel que quiere a la Virgen y la tiene presente día, tarde y noche. Me alegra saber, que por Pentecostés, Rocío, los llamas para estar a tu lado.
Allí, en aquel sitio que para mí es tierra prometida, tierra bendita, tierra sagrada, tuve la oportunidad de encontrarme con personas que comparten mis devociones, con la suerte de que también conocía a otros jóvenes, que son fanáticos en sus creencias.
Ya dije hace tiempo lo que pensaba de la juventud en las hermandades, en resumen vine a decir que cada uno tiene un momento en la Hermandad, un tiempo que hay que disfrutarlo. Que no hay que correr, que ya se tendrá tiempo que pertenecer a juntas de gobierno, que la labor de los grupos jóvenes y todos aquellos que lo son, pero no pertenecen a ese grupo de la hermandad, es otra.
Una vez en la ciudad y analizando el rocío con un amigo, me dijo algo que me sorprendió y me hizo reflexionar sobre qué escribir esta semana, pues estaba un poco perdida. Esta persona me dijo: “Raquel, se ha perdido la jerarquía”.
El domingo y el lunes se veían muchos niños o jóvenes salir de debajo de las andas, sin embargo, pocos mayores me encontraba; situación que no había visto nunca. Siempre recuerdo por el lado de la Virgen, en la procesión, a los hombres mayores.
Pero no es sólo en El Rocío donde pasa esto. También en nuestras cofradías, la juventud viene pisando fuerte. Todos somos conscientes, pero no se les debe dar alas -no más de las necesarias-, o caeremos en el error de volvernos locos y perder cualquier tipo de identidad o desandaremos todo lo que, durante mucho tiempo, hemos andando con la firmeza, serenidad y confianza que da la experiencia y el peinar canas.
Visto lo visto, la experiencia es un grado y no se debe "dar rienda suelta", como se suele decir, pues después vienen las lamentaciones, cuando ya es demasiado tarde. Estamos siendo partícipes de los cambios generacionales a golpe de favores. No dejemos que las ganas de trabajar nos confundan, pues detrás de eso, puede ocultarse un mal mayor.
Raquel Medina Rodríguez