Vivimos un tiempo fuerte donde la rueda del cambio afila su engranaje como una rosa de los vientos desvencijada. Miramos a los que dicen ser nuestros representantes y, en todas las esferas, comprobamos como su ineptitud es una fanfarria que va al galope de una sociedad vencida, gastada, abominable y, dos pasos más allá, de la decadencia. Y casi parece recordarnos al occidente romano, abandonado a su desidia antes del fin.
Vivimos anestesiados ante las múltiples pantallas que aletargan -con su opio de plasma- la realidad que nos cuentan, ésa que nos quieren contar y que, como diría Descartes, no tiene por qué ser la auténtica. Conflictos, guerras, extremismos, miseria y peste. Abran un libro de historia cualquiera y contrasten con el pasado.
Y el gobernante que lo sabe se ata a su silla y se amarra a su bastón de mando. Y su bufón que escribe en negrita sus logros, se hunde en la connivencia más nauseabunda y oculta la realidad con un dedo. Y, entre tanto, como buenos borregos protestamos en redes sociales o grupos de whatsapp porque para entrar en acción ya habrá otro más loco o más tonto que lo haga por nosotros.
Y esta descripción apresurada de la sociedad no es sino el reflejo de nuestras queridas cofradías. Dirigidas, en más de un caso, por ineptos (por decirlo suavemente a los que solo preocupa la sillita y la vara por la que se atan y, si hiciera falta, matan de una forma metafórica. Por bufones de medio pelo y baja ralea que ponen su tinta de marca blanca al servicio del que manda. Y nos escondemos tras las pantallas y tuiteamos como valientes lo que callamos en cabildos o no entramos a la acción no sea que nos salpique la mierda.
Y, aunque haya usado el plural, en este medio amateur sí que hemos pasado a la acción, a la denuncia y, a más de uno, nos ha costado alguna que otra represalia. Se nos llena la boca de democracia y no queremos ver que nos hallamos a las puertas de la revolución.
Blas Jesús Muñoz