En nuestra tierra amada, Córdoba, no es raro que en muchos de sus hogares habite un hermano cofrade, o se tenga una especial devoción, por una o varias tallas engendradas, por las más preclaras gubias, guiadas por la inspiración divina, para plasmar con la sensibilidad de lo Sacramental, la Pasión y Gloria de Jesucristo.
Para el cristiano una semana de introspección, un encuentro íntimo con Jesús y su Santa Madre, que nos abren el alma con el respeto de la Bendición y un deseo espiritual de paz interior. El poder de la oración, nos ayuda a vencer las muchas vicisitudes del pasar de los días. Jesús nos otorga sus enseñanzas perfumadas con incienso y nos recuerda el compromiso que tenemos con nuestros hermanos. Las purísimas manos de María, con su olor a Santidad, impregna sobre su divino pecho, cual ramo de rosas, a las Hermandades Cordobesas. Sin distinciones, como el buen padre ama a todos sus hijos.
Entre hermanos no caben rivalidades, ni engaños, riquezas o pobrezas, no se debe representar lo divino, el sacrificio que Dios ofreció al mundo entregando del cielo a la tierra, al hijo del hombre y recibirlo con la pobreza de la ambición sembrada en nuestros corazones. Olvidémonos de enseres terrenales y acerquémonos a las Bienaventuranzas que Jesús nos entregó. En ellas está el agua clara de la salvación del alma.
La Semana de Pasión Cordobesa, tiene una identidad propia, hagamos estación de penitencia reencontrándonos con el que nos redime del pecado, un humilde Nazareno que sus palabras son palabra de Dios.
José Antonio Guzmán Pérez