Hubo un tiempo, que aun dura, en que leía a Carlos Colón, Núñez de Herrera o a Antonio Burgos. La diferencia estriba en que, por aquel entonces, creía en la Semana Santa idealizada del primero -por poner un ejemplo-, atentando los detalles que ya iba percibiendo mi juventud.
Si algo tienen los años es que me dieron la experiencia para indagar en el sustrato de cuanto escribían y me enfrentó con la cruda realidad de las cofradías, que no es otra que la de una sociedad donde el materialismo es lo que impera. Más allá de Dios, de su mensaje, de su Don y su verdad, nos estampamos de bruces contra el suelo de la desesperación.
Las cofradías no son más que eso, desesperación, ostentación y vacío. Un vacío terrible y existencialista que, a nada que rasques, te das cuenta de que, más lejos del interés personal, lo que hay, cuanto existe no es otra codas que ignorancia, incultura, pusilanimidad y analfabetismo de la peor clase porque no hablo de no saber leer ni escribir (mi abuela por ejemplo no sabía y nunca este hecho circunstancial fue obstáculo para su inteligencia).
Hay auténticos mentecatos con cargo que hacen de la Semana Santa un arte menor en el que todo cabe y todo suma mediocridad. Hacen de ella un ámbito de religiosidad de medio pelo que visten de misas votivas, de cera y flor que adorna la falta de contenido, la ausencia de una verdadera fe. Hablaba un amigo hace años de sepulcros blanqueados, de teología de barrigas llenas. No le faltaba razón.
Luego critican esta página y me divierten con sus calificativos. Sálvame. Hasta si fuéramos eso tendrían que aprender a leer y tener capacidad crítica. Me rió de sus cariñosos apodos porque tengo la certeza de que no tienen ni las más remota idea de qué carajo están leyendo.
Luego habrá quien diga que escribimos por dinero o al dictado de algún interés particular o general. Y nos atacarán por ahí. A más de uno le recomiendo, repito, que aprenda a leer y compruebe cuántos antes tuvieron los arrestos en esta ciudad de decir lo que pensaban. Así que ya saben los que lo dicen, por qué lugar me... Ya los saben.
Créanme. El juego es sencillo. Necesitamos saber cuatro verdades. Oírlas, aunque no nos guste. Asumirlas y cambiar el discurso. Nos estamos condenando solitos y, a lo mejor, un Pablo Iglesias, nos vendría muy bien para perder privilegios, empezar de nuevo y darnos cuenta de lo que perdimos.
Blas Jesús Muñoz
Recordatorio El cáliz de Claudio: El verbo no conjugado