Blas Jesús Muñoz. Vaya por delante una afirmación nada políticamente correcta: no me gustan las cuadrillas formadas por costaleras. Respeto profundamente a las hermandades que entienden que han de tener cuadrillas femeninas, pero es un concepto que considero erróneo desde su base, por fundamentos de diversa índole que abordaremos en otra oportunidad.
Otra cosa muy distinta es el trato que se les deba dar a las chicas cuando se presentan a una igualá. Los capataces, por regla general, no quieren que formen parte de sus cuadrillas, mas no se atreven a ponerle el cascabel al gato y decirlo claro desde el principio. De hacerlo así seria más fácil, ¿no creen?
El problema estriba en que si el susodicho capataz se atreve a ser diáfano, lo mejor que le van a decir es machista. Y eso, en los tiempos que corren, nadie lo quiere oír porque le temen más que al demonio. Ello, unido a la hipocresía más absoluta. Algo así ha debido pasar en la cuadrilla de Don Bosco, donde se ve que el miedo y el intentar no quedar mal ha dado lugar a una carta abierta y a sentir el menosprecio de un grupo de muchachas.
Lo que no se puede ni se debe consentir son las burlas, las medias verdades, las excusas y el miedo a lo que el gran público pueda pensar. Si es cierto que los costaleros al verlas se reían de ellas, no se trata de una injusticia, sino de la estupidez humana, tan varonil y amanerada al mismo tiempo. Es más, me gustaría ver a alguno sacando pasos de verdad y, como me contó un capataz hace no mucho, con una luz debajo del paso y veríamos a los pintureros si de verdad lo son o la pose de macho alfa no es más que eso, pose, poca fuerza y menos cerebro que un mosquito anémico.