Blas Jesús Muñoz. Lo decía un amigo hace mucho tiempo "como no saben de cofradías juegan a las casitas". Y no le faltaba razón ni motivo, ni orden ni sentido, ni verdad ni prudencia. Esta última por no decirlo en público porque luego te llueven del cielo piedras.
Sin embargo, solo hay que tirar de hemeroteca para comprobar cómo hay hermandades que han pegado más giros que cualquier piloto de Fórmula 1 en el Gran Premio de Mónaco. Giros que van por el tercer o cuarto paso de Cristo en más de una cofradía de Martes Santo. Un estilo que no llega a cuajar porque ni existe ni se le espera.
Luego vienen las figuras secundarias. En Córdoba más de una corporación tiene un máster en lo que no se debe hacer. No es que carezcan de unción (los romanos y los judíos eran malos, pero no necesariamente tienen que causar pavor), si bien un San Juan Evangelista, debe tener un aura de misticismo, ascetismo o causa que se le parezca. Y a muchos nos vendrá a la cabeza alguna imagen que, en lugar de invitar a rezar, incita a cualquier otra cosa.
Luego también encontramos cofradías que, de montar cultos fastuosos pasan por arte de magia al low cost y no son Ryanair. O que cambian de vestidores, capataces, bandas y demás como Florentino tras una mala temporada de los merengues. O alguna que lleva el amarillo tiniebla en el tramo de nazarenos de palio. U otra tan de bulla que la banda de música se empeña en hacerla más seria que un funeral sin Andy McDowell.
En definitiva, puede que algunas cofradías, o sus cofrades, más que jugar parece que piensan que todo cabe en este saco que es una miscelánea de aquello que nunca se debería hacer.
Recordatorio Enfoque: El juego caníbal de las bandas