No lo puedo evitar, soy un rebelde sin causa. Desconfío por naturaleza de lo políticamente correcto. Y me gusta la gente que va de frente y por tanto intento siempre desenvolverme del mismo modo. Por eso, con el poso que da la distancia del tiempo y después de haber releído en varias ocasiones la magnífica entrevista (está feo que yo lo diga) concedida por Luís Miguel Carrión a nuestro Medio (humilde pero Medio, aunque duela al hombre elegido entre sombras) he de decir que mi opinión sobre el personaje y la persona se ha visto reafirmada.
Nunca he sido demasiado amigo de las tabernas cofrades, al menos desde que me abandonó la adolescencia, por lo que me he prodigado poco por La Trabajadera. En alguna ocasión, cuando he pertenecido a la cuadrilla de Humildad y Paciencia, la he visitado tras un ensayo, pero poco más. Tampoco soy persona de entablar conversación con cualquiera, soy más de saludar, desde la distancia. Lo que quiero decir, es que conozco a Curro desde hace décadas y hasta el día de la entrevista jamás había tenido un diálogo profundo con él.
Por esta forma de ser mía y por otras razones, hace una semanas, en un encuentro con cierto artista cordobés con el que compartí un rato de charla y café, la primera frase que me dedicó entre sonrisas fue un "pues no, no te conozco" a lo que yo respondí "es que llevo muchos años alejado de las cofradías"… "haces bien me respondió"… y más risas…
La cuestión es que Curro demostró en aquella conversación que, al igual que los pasos que manda, va siempre de frente. Nos habló de lealtad, de que no todo ha cambiado para bien, de lo que opina de los que pretenden ocupar un cargo público sin aceptar ni una mísera crítica a su labor y sus hechos, de que está en este mundo para servir y no para servirse y nos contó con franqueza quiénes le habían hecho ofrecimientos recientemente, en la creencia de que todo esto no es ningún secreto de Estado, que ciertas revelaciones no abren ninguna caja de Pandora aunque algunos así lo piensen. Nos transmitió que la grandeza está en la normalidad, la naturalidad, la humildad (la auténtica, no la aparente) y la verdad, sobre todo la verdad, ese preciado activo que tanto rechazo le provoca a algunos.
Enfrente están los soberbios, los manipuladores, los que menosprecian, amenazan e insultan a los que no piensan como ellos, los que engañan a sus propios hermanos, los que expulsan a sus iguales de las hermandades creyendo que son sus cortijos, los que son incapaces de convocar un cabildo por miedo o cobardía, los que advierten a través de terceros, los que conjugan el verbo denunciar con una facilidad que es muestra fehaciente de su propia ignorancia, los que son auténticos cánceres para nuestra Semana Santa a los que hay que extirpar por una mera cuestión sanitaria… a estos no los encontrarán nunca de frente, a cara descubierta… y sus palabras vivirán permanentemente envueltas en la duda razonable de la mentira difundida y la rabia más rastrera. Estos son los que sobran en nuestro universo.
Es probable que un excesivamente desarrollado sentido de la justicia me haga concebir esperanzas de que algún día estos impresentables desaparezcan para siempre de las hermandades, a fin de cuentas vivimos en sociedad y por tanto, lo normal es que la proporción de sinvergüenzas de todo tipo que se da en nuestro entorno se reproduzca lamentablemente en las casas de hermandad, y es posible que mis sueños de que las cofradías se liberen de esta patulea no sea más que una utopía, pero a estas alturas, se me hace muy complicado cambiar, cada uno es como es y me da la sensación de que seguiré creyendo que los que gozamos de la suerte o la responsabilidad de ser leídos en nuestras reflexiones, tenemos la obligación de contar lo que vemos, lo que sentimos u opinamos, desde la humildad más sincera (esa que algunos no creen) de ser conscientes de no estar en posesión de ninguna verdad absoluta y que nuestros pensamientos son tan respetables como los contrarios.
Y en esta convicción continuamos caminando, pregonando alto y claro que son personas como Luís Miguel Carrión, Jesús Rodríguez o Rafael Pino, las que necesitamos en nuestras cofradías, más allá de su valía como capataz o hermano mayor, personas que han buscado crecer para hacer crecer a los que le rodean, que miran a los ojos y que no tienen nada que ocultar. Los otros, los mentirosos, los cobardes, los que desarrollan comportamientos mafiosos continuarán siendo señalados hasta que la manzana podrida caiga del árbol, por su propio peso, o ayudada por un empujoncito.
Guillermo Rodríguez
Consejo gratis número 1: No es conveniente pretender inundar los juzgados con cuestiones sin fundamento, bastante colapsada está ya la Justicia sin la ayuda de nadie.
Consejo gratis número 2: Consulten con un abogado antes de realizar advertencias y/o amenazas. Agradecemos las risas provocadas en estos tiempos que corren, pero nos evitaremos pérdidas de tiempo innecesarias.