No es más especial que cualquier otra, salvo para mí, que -desde que recuerdo-, solo sé usar las palabras sobre el papel o la pantalla. Trabajo con ellas cada día para intentar construir mi universo, para lanzarlas contra lo que no me gusta, para llevar a cabo mi insignificante cuota de rebelión perenne. Sin embargo, a veces, las más complicadas se esconden en la gratitud. Porque ésta implica connotaciones sagradas, ya sea a un amigo o a un completo desconocido, no se trata de soflamas, sino de una porción de verdad tan personal que da un vértigo espantoso.
Y eso me pasa contigo cuando llega este día. El vértigo se hace latente ante el precipio de nuestras vidas. Una existencia que, de 18 a 18 de diciembre, pasa por desiertos, oasis y pegujales para caminar y caminar sin parada posible. Y el camino de este año ha sido largo, fascinante y tenebroso.
No te voy a contar nada que Tú no sepas (ni que a los demás les importe). Ni te voy a hablar del miedo terrible porque estáis a mi lado cuando ese instante aparece. Para qué te voy a narrar las miradas que estos días buscarán en ti su todo, pues cada uno lleva en la mochila su carga y sabe que tu la alivias. Y que nadie piense que eres una alucinación o un refugio porque nos llevas a nuestra propia realidad cogidos de tu mano firme. Hoy, Esperanza, solo me resta darte las gracias una vez más y rogarte fuerzas para seguir afrontando la batalla. Hoy, Macarena, me gustaría que cada día fuese 18 de diciembre.
Blas Jesús Muñoz
Recordatorio Mis instantes favoritos: Y la Esperanza... me miró