José Cretario, ABC 24/07/2011. De los sucesos de 1936 no queda ninguna constancia documental en la cofradía. Las actas de los libros no recogen nada de aquel momento. La reconstrucción de la historia por tanto la han tenido que hacer recopilando datos de los testimonios orales de personas que vivieron directamente los sucesos o familiares de éstos.
Francisco Conde es un licenciado en Bellas Artes, hermano de Los Gitanos, que ha intentado recopilar todos esos datos para intentar reconstruir la historia. Él no cree que las imágenes se salvaran pero sí admite que ocurren cosas extrañas como que todos los enseres se perdieran porque dijeron que estaban en San Román. Era muy raro que en un mes de julio, el palio, el manto y las insignias no estuvieran en casas particulares de hermanos como solía suceder.
Pero vamos por partes. El testimonio directo de lo que ocurrió al anochecer del 18 de julio de 1936 lo obtiene Francisco de su abuela Isabel Estudillo, que vivía en la calle Socorro en el corral de Panales, lugar donde actualmente se levanta la casa de hermandad. San Román está en el centro del «Moscú sevillano», una zona que aquella noche no está tomada por los rebeldes.
Aquella tarde cruzan el barrio decenas de personas en manifestación con dirección al centro. Concretamente ese grupo numeroso se dirigía a la calle Cuna donde se encontraba una sede sindical. La intención de estos grupos era la de armarse. Como no recibieron armas, se marchan al cuartel de la Alameda donde parte de ellos sale con un fusil o una pistola en la mano. Pero no todos. A aquellos que no se les arma se le dan consignas de levantar barricadas y defender las calles del Casco Norte. «Mi abuela me contó —asegura Francisco Conde— que cuando ese grupo llegó a San Román, vieron cómo estaba ardiendo ya Omnium Sactorum en la calle Feria y entonces deciden entrar en San Marcos y San Román y le prenden fuego. Como mi abuela estaba en el corral de la calle Socorro, a mitad de camino entre San Marcos y San Román, ve como caen al patio las pavesas procedentes de uno y otro lado».
El bar «El Uno de San Román» es testigo de aquel holocausto que no afecta a las casas pegadas a la parroquia ni de la calle Sol ni de la calle Enladrillada. La iglesia arde totalmente en madrugada del 19 de julio. Al amanecer no queda dentro nada más que humo y brasas de trozos de madera de la techumbre que no se han apagado todavía.
Ese día no vigilaron
También fue mala suerte la destrucción de San Román. Desde hacía días no se montaba la guardia que carlistas y gitanos —curioso mestizaje— habían organizado desde hacía tiempo para vigilar el tiempo. «Eran —indica Conde— miembros de la familia Barrau de la hermandad del Valle que pertenecieron al tercio Virgen de los Reyes de los requetés. Diariamente se turnaban para vigilar a las imágenes junto a los gitanos miembros de la cofradía. Me cuentan que entonces había un gitano que se fumaba un cigarrito junto al Señor y comenzaba a hablarle de tú a tú para contarle sus cosas. Dicen que era digno de ver y digna de escuchar las conversaciones que mantenía con la imagen mientras hacía la guardia…».
Pero aquel día no la hubo. Y el templo quedó desprotegido ante la furia incendiara. ¿Y quiénes fueron? Francisco Conde ha tenido muchas dificultades para conseguir datos concretos. «Ha habido —prosigue el relato— gente en la hermandad testigo de aquello que no ha querido hablar no sé si por miedo. Hay gente de la zona que sabe quiénes fueron los que quemaron. De dónde venían. Yo lo único que he sacado en claro es que no era gente del barrio sino de las afueras. Porque la gente del barrio se conocía, conocían la iglesia y respetaban a la hermandad independientemente de su ideología».
Probablemente vinieran del cinturón rojo del extrarradio, lugares como Amate de donde partieron las columnas que posteriormente incendiarían la mayor parte de los templos. A la abuela de Francisco, a Isabel Estudillo la encañonaron con una pistola cuando fue a la calle San Luis a comprar el pan (a un obrador que le obligaron a trabajar para abastecer la zona) porque llevaba un cordón con el hábito del Señor. Uno de los vecinos que estaba en la barricada le cortó el cordón y se lo metió por dentro para que no tuviera más problemas.
La leyenda
La hermandad estaba dirigida entonces por la gente de Triana, los Vega, los Moreno, familias que aún permanecen en activo en la cofradía. El hermano mayor de aquel momento era José Vega Niño. Dicen que cuando tuvieron noticias del incendio en San Román, tomaron un taxi en Triana camino del barrio pero en el puente les bloqueó la Guardia de Asalto y no llegaron a tiempo. Pero este extremo no se ha podido confirmar. El Cristo y la Virgen, ambos de Montes de Oca, se encontraban en su altar de la capilla de la Virgen de la Granada. Al menos eso es lo que se piensa. ¿Y por qué surge la leyenda de que no arden? Porque no queda ni rastro, ni siquiera un trozo de madera carbonizada como en otros casos. «Yo —dice Francisco Conde— no le doy demasiada verosimilitud a esta hipótesis porque también he podido conocer que cuando el fuego se sofocó, la gente del barrio cogió todo los escombros de la iglesia para seguir haciendo barricadas. Así que no es extraño que los restos de madera también se emplearan para las defensas de las calles».
Lo que sí admite Francisco que es extraño es la cuestión de los enseres: «es curioso, se quema manto, palio, pasos y enseres que era muy raro que en el verano estuvieran en la parroquia. De ahí surge la teoría de que se encontraban en casa particulares y posteriormente dijeron que se habían quemado pero en realidad se vendieron». Sólo se salvan dos libros de regla, una saya burdeos de la Virgen atribuida a Rodríguez Ojeda (que es la que ha sacado este año) y un cíngulo muy curioso y único en Sevilla que tenía el Señor con una rosa de pasión en el centro. El resto desaparece, teóricamente en el incendio.
«Sacar las imágenes —prosigue Francisco Cano— eras poco menos que imposible en una zona donde había una barricada detrás de otra. Además los vecinos estaban confiados en que nadie iba a prender fuego a la parroquia». El 22 de julio, cuando entran las tropas de Queipo en el «Moscú sevillano», la hermandad de San Román lo ha perdido todo.
Olvido
La hermandad de los Gitanos en 1936 es una cofradía extremadamente humilde, compuesta por gente del barrio, por gitanos de Triana. Para elegir secretario preguntaban: «¿Quién sabe escribir?», y el que sabía asumía la tarea. Meses después del incendio encargan las nuevas imágenes. Hasta el año 47, que es cuando se reconstruye San Román, el lugar, las paredes del templo quemado se convierten en un lugar proscrito. Se obvia mirar adentro. No se quiere ni hablar de lo que pasó. Los más antiguos del lugar solo recuerdan aquel jorobado, como el de Nôtre Dame, que subia a lo alto del campanario inservible, para gritar aquella consigna sindical que en la dictadura era todo un reto pronunciarla: «¡UHP, UHP!»
Recordatorio Los Gitanos quieren recuperar la túnica del Señor de la Salud atribuída a Juan Manuel Rodríguez Ojeda