Blas Jesús Muñoz. Para algún sector supone algo así como el maná para el pueblo de Israel en el acontecimiento Éxodo. Una bendición mayor que el arco que lleva ese nombre y por donde todas las que quieren entran. Un masaje absolutamente reponedor en la piel agrietada de la ciudad (perdonen el símil políticamente, incorrecto). Una frase hecha que, si se realiza, habrá que ver lo que cuaja.
La segunda puerta. El mito de la caverna en versión cofrade y no descrito por Platón, precisamente. La misma con que se nos llena la boca de vida y esperanza nuestra, pero de la que parece que no todos muestran el mismo ímpetu, la misma determinación, no vaya a ser que la abran y ¿entonces qué?
Entonces habría, primero que votar, y si todo indica lo que parece, trasladarse, mudarse de casa o carrera oficial, redistribuir horarios y tiempos de paso. Trazar un itinerario común en el que ya no valdrán retrasos estratosféricos como los que tanto éxito tuvieron en el Vía Crucis Magno. Colocar bien las sillas y, tal vez, reconstruir palcos. Y lo más importante, escoger bien el palco presidencial, el más importante.
Que la celosía se abata o se abra de corrido dará igual ante la envergadura real de la empresa, pues no es lo mismo una línea recta (con su chicane a la entrada de las Tendillas) y cuesta arriba, que adentrarse en el entorno de la Catedral. No es un entorno cualquiera porque, ésta no es una ciudad cualquiera, aunque parte de sus habitantes se obcequen en empequeñecerla.
Quizá, no estemos preparados para la segunda puerta. Puede que abra un umbral desconocido a una puerta dimensional que nos condene para siempre. Quién sabe si es más sencillo convocar asambleas de plástico gris que solo sirven para brindar al sol como lo hacía aquel rey francés. Y al final que 20 ó 30 pasen por allí justifique un itinerario oficioso que cumpla con el expediente y no sea causa de tormentos en demasía. Seguramente, Córdoba nos viene grande desde el tiempo inmemorial en que se repobló Sierra Morena.
Recordatorio Enfoque: ¿Quién elige y por qué?