Nos encontramos en la víspera de vivir y celebrar el misterio central de nuestra fe: pasión-muerte-resurrección de Ntro. Señor Jesucristo; un acontecimiento para el que nos hemos venido preparando intensamente a lo largo de esta Cuaresma. Es una preparación que exige, de modo especial, en el ámbito cofrade, la organización de la Estación de Penitencia de cada Hermandad, cuyo objetivo fundamental es la de hacer pública manifestación de la fe y llevar a cabo una catequesis plástica que mueva a muchos corazones a conmoverse ante el Varón de Dolores que entrega su vida para nuestra salvación.
Para muchos de vosotros es la hora de ultimar detalles en el montaje de los pasos, para otros preparar en la intimidad del hogar, con piedad y devoción, la túnica de nazareno o el costal. Es una semana donde aflora el lógico nerviosismo que inquieta el alma y provoca que sobre muchas mejillas se derramen dulces lágrimas al contemplar el rostro de nuestro Señor y la imagen de una Madre, que en silencio y humildad, muestra en sus ojos el fundamento de su vocación de Madre de Dios: “Hágase en mí según tu palabra”.
Pero también es la Hora de que miremos hacia lo más hondo de nuestro interior y pongamos al descubierto las actitudes, pensamientos, acciones… que nos alejan de ser verdaderos ejemplos luminosos del amor de Dios al mundo; desterrar de nuestra vida lo que nos impide vivir como verdaderos hijos de Dios; arrancar la cizaña que nos atenaza y nos impide servir con verdadera libertad a la Iglesia, cuerpo de Cristo, el nuevo pueblo de Dios que camina alegre y gozoso a su verdadera patria, la vida en Dios.
Es la Hora, como escucharemos en el Evangelio de hoy, de ser grano de trigo que muere para poder dar buenos y abundantes frutos. Morir a este mundo implica superar la tentación de quedarnos en la superficialidad, en el envoltorio, en lo externo. Un cofrade de verdad no puede quedarse atrapado en un bucle sin sentido de lo ornamental, la estética, las maliciosas tertulias revestidas de “purismo” cofrade, que las más de las veces resultan ser la excusa para generar desencuentros y romper la armonía de las Hermandades y, a la vez, en el extraordinario anti-testimonio cristiano que impide acercarse a los “alejados” y frustra y genera desencanto en los cofrades que buscan vivir una auténtica experiencia de fe y vida de comunidad.
“Si alguien quiere servirme, que me siga; correrá la misma suerte que yo”, dice el Señor. Pues aprendamos de una vez que no somos miembros de una Hermandad y Cofradía para obtener y gozar de cotas de poder, es la estrategia del “tentador” que disfruta generando la división; sino buscar el anonadamiento, lo pequeño, lo sencillo, el espíritu constante de servicio al Evangelio y a los hermanos. Es correr la suerte del Maestro de entregar la vida hasta el extremo; es, a imitación de Cristo traspasado, abrir el corazón y derramar generosidad y ternura a todos.
Jose Juan Jimenez Güeto
Recordatorio La Firma Invitada