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martes, 24 de marzo de 2015

Enfoque: El arte de fundir mal una candelería


Blas Jesús Muñoz. No crean que es sencillo, si complicado resulta hacerlo con precisión milimétrica, igual es el caso inverso. Hacer las cosas mal no es tan sencillo como la gente piensa y tiene su arte y su mérito.

Fundir una candelería requiere muchas horas de trabajo y conocimientos y habilidades de priostía, dignas de elogio. Es un trabajo artesanal que requiere los cinco sentidos. No es un arte porque, puestos a ello, se puede aprender y alcanzar buenas dosis de destreza, como se puede apreciar en algunos pasos de palio.

Sin embargo, no todo el mundo tiene porqué saber ni necesidad de aprender. Siempre se puede llamar a alguien que domine estas labores y que te haga el trabajo. Si ya se consigue a coste cero es cuando hay hasta que aplaudir.

Hacerlo mal está al alcance de cualquiera. Me contradigo, no. Mal, a secas, es sencillo. Mal en concatenación de hechos tiene su mérito. Primero fundes la candelería de forma deficiente, a mientender, para poco más tarde dejar -a falta de la Imagen- el palio montado y, si no lo haces en el templo, preparas el traslado un día que haga mal tiempo. Así te aseguras que, puestos a hacerlo mal, se efectúa de forma culminante.

Ayer vieron la foto del traslado bajo plástico. Hoy, la candelería mal fundida. Mañana, no se sabe, pero aguarden que en el arte de hacer las cosas de esta manera, siempre existe un penúltimo escalón al que subirse.

Foto: José Manuel Sánchez Nieto








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