Blas Jesús Muñoz. No la hay, Soledad, y mientras caminas los senderos del vacío se abren a tu paso, con la Cruz rematando como un recordatorio inequívoco del daño que ya no te hiere porque te traspasó hace mucho. Mientras al pie de las aceras todos te miran y callan; Tú ya no puedes sino perder tus anhelos en el horizonte donde crees ver dibujado su rostro que tanto añoras.
Los hábitos recorren el camino extraño de la muerte, entre una luz lúgubre que apenas alumbra. Las calles se llevan horas vestidas de luto, pero entre el anonimato tu nombre resuena entre los muros que te llaman, pero ya nadie puede consolarte. El rostro de otra mujer te busca entre los rostros homogéneos. Sus ojos brillan, entre la emoción la comprensión.
Ella conoce Tú dolor porque es el suyo propio. Perder lo que más quieres, cuanto es parte de ti, de tu carne, de tus sonrisas y desvelos, de propia piel, del alma personal. Te sigue por la acera y, durante un momento, las pupilas se cruzan y todo se comparte, se comprende. Ella sabe que no hay Soledad como la tuya, como la suya, como la de las miles de madres que lo serán siempre, aunque sus hijos ya no vuelvan. No hay Soledad como la vuestra.
Recordatorio Entre la Ciudad y el Incienso: Parte del todo