Esther Mª Ojeda. El tiempo avanza en San Cayetano de una forma completamente distinta a la de cualquier otro lugar en la ciudad durante estos días. En especial en esta ocasión, pues a los preparativos que comienzan a fraguarse en el interior del hermoso convento con vistas a la festividad de Nuestra Señora del Carmen, se suma también la lenta espera que tanto pesa en los corazones de aquellos que con cada visita buscan encontrarse con la cara sin igual de Jesús Caído.
En las vísperas del 16 de julio, cada centímetro del hogar de la Virgen del Carmen, desde la Cuesta de San Cayetano hasta los ocultos e íntimos patios del Convento de San José, se convierte en un hervidero de actividad, en el que cada uno de los miembros de la corporación se desvive con ese característico sentimiento de ilusión mezclado con un espíritu de trabajo tan contagioso como admirable.
Se avecinan los días de la tradicional novena en honor a la hermosa Virgen del Carmen, que, siempre majestuosa y con la mirada fija en sus fieles, aguarda la llegada de su celebración desde la privilegiada posición de su camarín. A su vez, tampoco sus devotos podrán apartar sus ojos de la titular carmelitana – aunque puede que esta vez, más de uno se gire, instintivamente, hacia la capilla vacía del Caído y la Virgen de la Soledad – en un período especialmente lleno muestras de fe, en que no faltarán el habitual besamanos y la ofrenda floral dedicados a la Virgen que parezca haber presidido San Cayetano desde tiempos inmemoriales.
Y con todo ello, llegarán las mañanas de calor, un calor que aun a pesar de ser sofocante, no consigue minar el ánimo de los más jóvenes que acuden a la iglesia desde horas tempranas, recorriendo incansablemente cada uno de sus, en esos momentos, lúgubres y sigilosos rincones, aunque eso sí, deteniéndose de vez en cuando frente a los pasos de la Santísima Virgen y la bella imagen de Santa Teresa, corroborando de nuevo una perfección que conocen sobradamente.
Al final, todos los esfuerzos se verán recompensados cuando la Virgen del Carmen se encuentre de nuevo paseando por unas calles engalanadas exclusivamente para Ella, en un trayecto plagado de momentos emotivos, solo superados por el sentimiento de satisfacción y felicidad que embargará a sus hermanos al regresar a un templo sabiendo que, para entonces, los recibirán Jesús Caído y la Virgen de la Soledad – que sin duda habrán devuelto a San Cayetano todo su esplendor y la tranquilidad a quienes han dejado huérfanos durante un proceso de restauración, que aunque breve, parece interminable en aquellos que tan presentes los tienen en su día a día.