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sábado, 7 de marzo de 2015

Entre la ciudad y el Incienso: Ángeles del Císter


Blas Jesús Muñoz. Tras las persianas quejumbrosas cae una tarde cualquiera, lánguida y macilenta, sin más destino que el de sumar un día más a la cuenta inmemorial. Tras los muros de cal, las sombras juegan sobre el papel, sobre el lenguaje distinto de las notas que cruzan el pentagrama. Una melodía inunda su mente, mientras las musas -profanas- no han venido, sino una inspiración distinta.

El tiempo se desencadena, se desata de sus propios lazos rígidos y deja salir las mieles de la melodía como una promesa de amor inagotable. El rostro de la mujer, de la Virgen, de la Reina, de los Ángeles del Císter enjuga la atmósfera que no se ve, pero que está ahí, en la ciudad misma que la observa letífica, igual urbe, encarnada y doliente, que la llora a su paso tenue de Martes Santo.


Tus lágrimas son del mismo color, 
del mismo sabor
de nuestra sangre derramada. Tu música
no es melodía
porque es una canción, una saeta rota en el vacío,
una nana que nos acuna 
en tu rostro que es
el pañuelo oculto que se pierde en el nuestro
cuando las tardes pierden su sentido,
cuando eres Tú 
quien aparece para llamarnos,
sonreírnos 
en una primavera que nace de tu mirada
Reina de los Ángeles.














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