Calma, que nadie se altere. No
vengo a hablarles de cuadrillas costaleras que desarrollan coreografías cuajadas
de variaciones sino de otro tipo de cambios, transformaciones que afectan a cuestiones de capital
trascendencia en nuestras hermandades, de las sucesivas metamorfosis que
experimentan algunas cofradías, y que afectan gravemente a su idiosincrasia y
alteran la apreciación del espectador y su puesta en escena, cuando no la
esencia misma de algunas de ellas. Los cambios pero sobre todo la manera en que
éstos se producen, quién decide alterar lo establecido y cómo.
En las últimas décadas son muy
pocas las hermandades que han visto inalterada su imagen exterior de tal suerte
que si un cordobés hubiese abandonado la ciudad y regresase décadas después
(sin tener contacto alguno, por ninguna vía, con la evolución de nuestra Semana
Santa) probablemente no reconocería gran cosa de lo que antaño era costumbre.
No me malinterpreten, en mi
opinión, la mayor parte de las modificaciones realizadas han sido en positivo,
al menos las que se implementaron en la segunda mitad de los años ochenta y la
primera de los noventa, en las que se erradicaron muchos elementos que, desde
el punto de vista de la imagen externa, impedían a nuestras cofradías codearse
con las corporaciones de las grandes capitales andaluzas con las que
habitualmente establecemos comparación, sobre todo Sevilla, qué duda cabe. Los
que ya tenemos cierta edad recordamos pasos con ruedas, palios de eterno
terciopelo liso, cirios con la base de madera, cortejos en los que las capas
eran un bien escaso, imágenes marianas vestidas de negro riguroso mecidas al compás campanillero o algunas bajadas
del Bailío que hoy harían las delicias de los amantes de los vídeos “frikis” de
You Tube. Recuerdo en este sentido el comentario recurrente y ocurrente de
cierto diseñador cordobés que al referirse a cómo bajaba la cuesta un palio que
ya no lo hace, decía siempre que la Virgen iba agarrándose a los varales…
Bromas aparte es incuestionable que analizando de dónde veníamos, de una Semana
Santa en la que encontrar unos ciriales era un auténtico milagro, o
proliferaban atributos como cojines con coronas de espinas porque no había para
más, la mayor parte de los cambios producidos en aquella época mejoraron lo que
había.
No obstante, una vez terminada
esta etapa de crecimiento y alcanzada la estabilidad, la incorporación de
nuevos cofrades, la mayor parte de ellos sobrevenidos sin una base natural de
cercanía a las cofradías (no eran cofrades de nacimiento), ni una historia
previa de la que se derivase un conocimiento de los rasgos distintivos de las
hermandades a las que se acercaban, unida a la formación en diversas materias
que indiscutiblemente en algunos casos acompañaban y la irrupción de medios
tecnológicos que representan una suerte de globalización o uniformización (casi
siempre identificación con Sevilla), provocaron el comienzo de una tercera fase
de cambio, en la que nos hayamos inmersos en la actualidad, que ha supuesto
algunos éxitos, varios fracasos y en ocasiones una auténtica deriva estética de
la que algunas corporaciones no terminan de recuperarse y otras comienzan a
sufrir, con cambios constantes de estilo al albur del capricho de unos pocos
dirigentes temporales o sus eruditos asesores.
Muchos de estos cofrades de nuevo
cuño, que como digo, gozan de una incuestionable formación en diversas
materias, lo que no les convierten en expertos en todas, muchas veces claramente
envidiable en relación a cofrades de mayor recorrido, suelen presentar no
obstante una grave carencia. Generalmente se han acercado a la cofradía en la
que les han dejado tener una parcela de poder, sin que exista mayor carga
devocional en sus entrañas que cierto gusto por los Titulares (en ocasiones sólo
uno de Ellos), algunos elementos estéticos y sobre todo la posibilidad de hacer
en estas hermandades de su capa un sayo, normalmente ejerciendo un cargo que
les permite una discrecionalidad casi absoluta para hacer y deshacer a su
antojo y convertir poco a poco la cofradía a la que llegaron en otra cosa. El
hecho de ni conocer ni interesarles lo más mínimo el pasado de la corporación
que ahora se disponen a modificar acrecentado porque en el fondo de su ser su
esencia se la trae al pairo, (son de esta hermandad mientras les dejen
mangonear y cuando eso acaba, se van a la de enfrente sin mostrar el más mínimo
pudor), provoca que en muchas ocasiones, no tengan reparo alguno en modificar
lo que sea convirtiendo la hermandad que podría aprovechar sus conocimientos y
que en realidad sufre sus dislates, en algo muy alejado de lo que en origen
era, en eso que en sus ensoñaciones imaginaron y que alguien sin las ideas
claras les permite desarrollar, destruyendo aquello que heredaron de sus
predecesores.
Suelen ser personajes que tienen
un alto concepto de sí mismos, sin ser conscientes de que no todo el mundo
puede ser Juan Manuel Rodríguez Ojeda y con una soberbia imposible de atajar
por dirigentes que en gran medida provienen de etapas pretéritas y cuya
formación artística (y cofrade) brilla por su ausencia (colección de
antigüedades aparte) lo que se traduce en una absoluta incapacidad para poner
en su sitio a estos nuevos cofrades convertidos paulatinamente en auténticos profetas
de lo imposible, lo presuntuoso y lo chabacano. De este modo, personas que bajo
la dirección adecuada podrían haber aportado mucho, se convierten en individuos
que alteran hasta el disparate la fisonomía de una cofradía, en ocasiones
buscando la copia por la copia (cuántos de estos gurús sueñan con clonar a la Hermandad
del Valle) o pretendiendo crear lo que lleva siglos inventado mezclando
elementos hasta alcanzar el punto de extravagancia en la búsqueda de la
genialidad vetada para el común de los mortales, entre los cuales se encuentran.
Ahí surgen los que tienen la
ocurrencia de poner una escolanía desfilando tras un palio, o cirios color
tiniebla en mitad de un cortejo de nazarenos de capa, o alterar el estilo
musical de un misterio desde las cornetas y tambores al silencio pasando por
todo el posible espectro de agrupaciones musicales, clásicas y flamencas, de
tal modo que hay algunas hermandades que se han convertido en carne de casa de
apuestas al no saber con qué nos van a sorprender cada año.
Seamos serios. Toda hermandad
debe encontrar su sello, fijarlo y conservarlo evitando dar bandazos, pasitos pa’ adelante y pa’ atrás, y éste,
caso de no estar absolutamente definido desde su creación, como sería deseable,
ha de ser determinado por el órgano supremo de decisión que no es ni el hermano
mayor, ni su guardia pretoriana, ni los que manejan a su antojo desde la
priostía, ni los vestidores, ni los capataces, ni los que mandan bajo las trabajaderas,
ni las juntas de gobierno. El estilo de una hermandad debería estar definido
desde su origen, no desde que sale a la calle, sin sufrir absurdas
modificaciones de modo que no nos encontrásemos con cofradías de capa con
túnica de cola u otras que hoy por hoy nada tienen que ver con lo que fueron cuando
se concibieron, por obra y gracia de la inspiración de quienes llegaron,
conquistaron, convirtieron hermandades en cortijos y muchas veces se marcharon,
dejando un erial tras de si. Pero en caso de no estar completamente cerrado el
estilo desde su creación debe determinarse en el órgano supremo de decisión de
una hermandad, el Cabildo General de hermanos.
No es tolerable que un individuo
o un grupo de ellos pretenda modificar el estilo de una hermandad de acuerdo
con su gusto personal, pero mucho menos tolerable es que se lo permitan, como
los iluminados que en los últimos años están intentando cambiar el estilo nada
más y nada menos que del palio de la Paz y Esperanza, con la excusa de una
pretendida solemnidad que se traduce en menospreciar el que siempre ha
acompañado a la Reina de Capuchinos y que ni a sus costaleros ni a la mayoría
de los hermanos de toda la vida convence ni satisface.
Como bien decía nuestro compañero
José Juan Jiménez Güeto el pasado domingo y hemos venido diciendo algunos desde
que reflexionamos periódicamente en esta humilde página, el órgano máximo de gobierno
de una hermandad es el Cabildo. Cualquier decisión que afecte a la
idiosincrasia de una corporación que se tome de espaldas a esta asamblea supone
pasarse por el forro la propia concepción del mencionado órgano y la idea de
democracia que subyace en el funcionamiento de las cofradías y que jamás las
abandonó incluso en tiempos de dictadura, por mucho apoyo con el que un hermano
haya podido ser elegido para ostentar la vara dorada. Pero digo más, y ya lo he
comentado en alguna ocasión precedente, las cuestiones que impliquen una
especial trascendencia para el devenir de una hermandad o para su imagen
pública deberían quedar reflejadas en las Reglas, cosa que no ocurre ni mucho
menos en buena parte de nuestras hermandades. Evitaríamos de este modo que un
hermano mayor metido a dictadorzuelo caprichoso decida, porque le da la gana, que el
Titular este año va a ir vestido de morado, rojo o berenjena en lugar de
utilizar el color de toda la vida, simplemente porque algún amigo o él mismo ha
regalado una túnica o una saya, o cambiar una corona dorada por otra plateada
por obra y gracia de sus santos reales, o sustituir en el palio la flor rosa o
las camelias de toda la vida. Este tipo de modificaciones son impensables en
las grandes hermandades de la ciudad vecina a las que tantos tienen como referencia.
Sin embargo parece que con frecuencia olvidamos reproducir lo realmente
importante, más allá de las imágenes de la Campana, las más vistas año tras año.
Y cualquier decisión que deba modificar esta serie de cuestiones esenciales
para el funcionamiento o que alteren la imagen de una cofradía debería exigir
unas mayorías cualificadas, especialmente reforzadas, de tal manera que no
fuese suficiente una mera mayoría simple en un cabildo cualquiera para
adoptarse, si está así establecido para modificar la Constitución, por qué no
hacer lo mismo con estas cuestiones fundamentales, que deberían ser
inalterables o casi.
Esta sería la mejor forma de evitar
que un capricho ocasional modifique la idiosincrasia de una cofradía al
capricho de unos pocos que en lugar de a servir, vienen a jugar a ser elegidos
de los dioses y a los pasitos y de demostrar que las hermandades y quienes las
componen siguen creyendo en la democracia.
Guillermo Rodríguez