A día de hoy vemos como se ha extendido entre capataces y costaleros una manera de saludarse y demostrarse cariño que poco podría compaginar con la virilidad del trabajo duro y el esfuerzo físico, nos referimos a los besos. Rara es la reunión de costaleros donde no se ponga en práctica una desmedida letanía de besos entre los que se encuentran. Hemos llegado a un punto en que parece como si alguien que no fuese besado por otro no es del agrado de aquél. Ni tanto ni tan calvo. Lo normal es alegrare al ver de nuevo a alguien que es amigo y con el que hace tiempo que no se habla, pero no es posible que se experimente semejante júbilo con todos los miembros de la cuadrilla.
En este sentido Antonio (Santiago) nos cuenta que su difunto padre era muy dado a ello. Su humildad y bien hacer unidos a sus muestras de llaneza, le hacían alegrarse de ver a los costaleros , a los del equipo de capataces, a los miembros de las juntas de gobierno, a todos, y a todos abrazaba y besaba en la mejilla.
A pesar de que "El Penitente" no era dado a ello y le comentaba su desaprobación, Manolo con su simpatía y sencillez lo seguía haciendo incluso con su jefe de llamador. De ahí que Antonio nos diga que no vería descabellado el asegurar que su padre impuso la moda de besarse entre la gente de las trabajaderas. Meramente anecdótico, pero digno de reseñar.
Extracto del libro: ¡Venga de frente!
Autor: Juan María Gallardo