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miércoles, 13 de mayo de 2015

El Cirineo: Impugnación


Hartazgo, esa es la palabra. Hartazgo de los odiadores oficiales y extraoficiales del reino, de la cantidad de personajillos con ansia de poder que pululan alrededor de nuestras cofradías, de las luchas intestinas y del odio visceral que preñan nuestro universo, de individuos que anteponen sus intereses particulares a los de las corporaciones a las que se deben y representan.

Hartazgo de pseudoperiodismo transcrito o escrito al dictado de los que mandan, de que los que deberían poner cordura en todo esto miren sistemáticamente hacia otro lado, de francotiradores dispuestos a matar e inmolarse por los que no tienen la hombría suficiente para dar la cara.


Hartazgo de procesos electores en los que rebosa la podredumbre, la inquina y la zafiedad más deleznable, el engaño, la traición, la ira y el resentimiento… Hartazgo de que los que cuentan lo sucedido no den un paso al frente a posteriori para respaldar lo contado y borrar de un plumazo toda sombra de duda. Para quienes quieran escuchar: o cortamos radicalmente este juego suicida, o nos encaminamos sin remisión al abismo de la vergüenza.

Vergüenza de que en el seno de corporaciones adscritas a la iglesia católica, que nadie lo olvide, deban ser suspendidos cabildos generales por el enfrentamiento subido de tono entre hermanos, vergüenza de que en un proceso electoral existan sospechas de que se ha producido un pucherazo y el odio se transforme en gritos e insultos a las puertas de una casa hermandad, vergüenza de que la autoridad eclesiástica no exija o aporte respuestas inmediatas, tomando las medidas que sean precisas para que se alcancen soluciones, vergüenza de ciertos párrocos que ni saben ni quieren saber lo que se cuece en el seno de las hermandades de las que presuntamente son guías espirituales desde hace años, o de juntas de gobierno que ocultan sus pecados a sus consiliarios por miedo a la acción de la justicia y a su expulsión del templo como un mercader cualquiera, vergüenza de que todos sepan que hay actas y libros de cuentas ocultos sabe Dios dónde desde hace años y nadie diga nada…

El enfermo se nos ha ido de las manos, irremediablemente. Y que no se confunda nadie. La culpa no es de quienes lo cuentan o contamos, sino de quienes actúan, sólo faltaría que la responsabilidad de toda esta suciedad que nos asola recayese en los hombros de quienes difunden lo que sucede. Si alguien dice barbaridades o falta a la verdad al ser preguntado en una entrevista, el responsable es el entrevistado y nunca el entrevistador que lo único que hace es poner el mensaje a disposición de los que tengan a bien leerlo… para que el receptor obre en consecuencia. Si un medio explica lo lamentablemente ocurrido en un cabildo de elecciones, el culpable es el actor, no el transmisor. Matar al mensajero en lugar de atajar el problema, es la táctica del avestruz, meter la cabeza en un agujero para no saber lo que sucede… y creer que de este modo se está a salvo.

No nos engañemos, venimos de donde venimos. De una época de dictadura en la que la censura lo solucionaba todo, y muchos de nuestros dirigentes siguen creyendo que aquél pasado que felizmente es eso, pasado, siempre fue mejor. Si no se hablaba de un problema, no existía. Si no se escribía de contestación social, el pueblo entero remaba con el mismo rumbo. El tiempo demostró lo contrario y con la llegada de la democracia afloraron aquellas corrientes de opinión alejadas del pensamiento único. ¿Para cuándo la llegada de la democracia a las cofradías? Una democracia auténtica… en la que se permita opinar diferente de los que mandan sin acusaciones de hacer daño a tu hermandad o no querer a tus titulares, una democracia real en las que no se amenace a nadie con perder un cargo si no se apoya públicamente a un candidato, o se pongan y quiten hermanos mayores por obra y gracia de una cuadrilla costalera o una banda con demasiado poder y votando en bloque a quien se le indica, sin ni tan siquiera preguntarse lo más adecuado, como diputados en el congreso –otro universo al que la democracia real nunca llegó–, una democracia en la que un hermano mayor elegido legítimamente no convierta ilegítimamente una hermandad en su cortijo, como un Adolf Hitler cualquiera con la República de Weimar…

Los cofrades nos acercamos peligrosamente a los cuarenta años de retraso y sin esperanza de cambio. La grandeza de la transición se construyó a costa de la generosidad de unos y otros y el respeto mutuo para avanzar por el camino del consenso. Si éste no se hubiera producido se hubiese entrado en una deriva de tensión que podría haber desembocado en algo muy diferente al sendero pacífico que se emprendió entonces. Apliquemos el cuento a nuestro universo cofrade, porque los que habitan en el poder de manera perenne presuponiendo que nunca lo perderán, podrían estar equivocados. Miren lo ocurrido en aquellos lugares donde no hubo altura de miras para construir entre todos una transición, la dictadura terminó en una guerra civil o una revolución.

Se nos están muriendo las hermandades lentamente y o no nos damos o no nos queremos dar cuenta… y cada día que pasa, cada noticia conocida, cada suciedad aflorada parece más difícil creer que aún estemos a tiempo de salir del pozo que tristemente oculta entre basura todo el bien desarrollado por los cofrades anónimos que, desinteresadamente, luchan contra viento y marea en el seno de nuestras cofradías.

Demuestren los actores que aún es posible convertir toda está oscuridad en luz y que los que estamos instalados en el pesimismo estamos equivocados. Impugnen nuestros argumentos con hechos antes de que el pueblo cofrade les impugne a ustedes, y dejen de culpar al mensajero por contar cómo se empeñan en meterse en el fango hasta las rodillas y de paso meternos a todos los demás. Háganlo, estaremos encantados de reconocer nuestro error… y de encontrar esa luz al final del túnel.

Guillermo Rodríguez








Recordatorio El Cirineo





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