Hartazgo, esa es la palabra. Hartazgo de
los odiadores oficiales y
extraoficiales del reino, de la cantidad de personajillos con ansia de poder que pululan alrededor de
nuestras cofradías, de las luchas intestinas y del odio visceral que preñan
nuestro universo, de individuos que anteponen sus intereses particulares a los de
las corporaciones a las que se deben y representan.
Hartazgo de pseudoperiodismo transcrito o
escrito al dictado de los que mandan, de que los que deberían poner cordura en
todo esto miren sistemáticamente hacia otro lado, de francotiradores dispuestos
a matar e inmolarse por los que no tienen la hombría suficiente para dar la
cara.
Hartazgo de procesos electores en los que
rebosa la podredumbre, la inquina y la zafiedad más deleznable, el engaño, la traición,
la ira y el resentimiento… Hartazgo de que los que cuentan lo sucedido no den
un paso al frente a posteriori para respaldar lo contado y borrar de un plumazo
toda sombra de duda. Para quienes quieran escuchar: o cortamos radicalmente
este juego suicida, o nos encaminamos sin remisión al abismo de la vergüenza.
Vergüenza de que en el seno de
corporaciones adscritas a la iglesia católica, que nadie lo olvide, deban ser
suspendidos cabildos generales por el enfrentamiento subido de tono entre
hermanos, vergüenza de que en un proceso electoral existan sospechas de que se
ha producido un pucherazo y el odio se transforme en gritos e insultos a las
puertas de una casa hermandad, vergüenza de que la autoridad eclesiástica no
exija o aporte respuestas inmediatas, tomando las medidas que sean precisas para que se
alcancen soluciones, vergüenza de ciertos párrocos que ni saben ni quieren saber lo que
se cuece en el seno de las hermandades de las que presuntamente son guías
espirituales desde hace años, o de juntas de gobierno que ocultan sus pecados a sus consiliarios por miedo a la acción de la justicia y a su expulsión del templo como un mercader cualquiera, vergüenza de que todos sepan que hay actas y
libros de cuentas ocultos sabe Dios dónde desde hace años y nadie diga nada…
El enfermo se nos ha ido de las manos,
irremediablemente. Y que no se confunda nadie. La culpa no es de quienes lo cuentan o contamos,
sino de quienes actúan, sólo faltaría que la responsabilidad de toda esta
suciedad que nos asola recayese en los hombros de quienes difunden lo que
sucede. Si alguien dice barbaridades o falta a la verdad al ser preguntado en
una entrevista, el responsable es el entrevistado y nunca el entrevistador que lo único que hace es poner el mensaje a disposición de los que tengan a
bien leerlo… para que el receptor obre en consecuencia. Si un medio explica lo
lamentablemente ocurrido en un cabildo de elecciones, el culpable es el actor,
no el transmisor. Matar al mensajero en lugar de atajar el problema, es la
táctica del avestruz, meter la cabeza en un agujero para no saber lo que
sucede… y creer que de este modo se está a salvo.
No nos engañemos, venimos de donde
venimos. De una época de dictadura en la que la censura lo solucionaba todo, y
muchos de nuestros dirigentes siguen creyendo que aquél pasado que felizmente
es eso, pasado, siempre fue mejor. Si no se hablaba de un problema, no existía.
Si no se escribía de contestación social, el pueblo entero remaba con el mismo
rumbo. El tiempo demostró lo contrario y con la llegada de la democracia
afloraron aquellas corrientes de opinión alejadas del pensamiento único. ¿Para
cuándo la llegada de la democracia a las cofradías? Una democracia auténtica…
en la que se permita opinar diferente de los que mandan sin acusaciones de
hacer daño a tu hermandad o no querer a tus titulares, una democracia real en
las que no se amenace a nadie con perder un cargo si no se apoya públicamente a
un candidato, o se pongan y quiten hermanos mayores por obra y gracia de una
cuadrilla costalera o una banda con demasiado poder y votando en bloque a quien se le
indica, sin ni tan siquiera preguntarse lo más adecuado, como diputados en el
congreso –otro universo al que la democracia real nunca llegó–, una democracia
en la que un hermano mayor elegido legítimamente no convierta ilegítimamente una
hermandad en su cortijo, como un Adolf Hitler cualquiera con la República de
Weimar…
Los cofrades nos acercamos peligrosamente
a los cuarenta años de retraso y sin esperanza de cambio. La grandeza de la transición se construyó a costa de la generosidad de unos y
otros y el respeto mutuo para avanzar por el camino del consenso. Si éste no se hubiera producido se hubiese entrado en una deriva de tensión
que podría haber desembocado en algo muy diferente al sendero pacífico que se
emprendió entonces. Apliquemos el cuento a nuestro universo cofrade, porque los
que habitan en el poder de manera perenne presuponiendo que nunca lo perderán,
podrían estar equivocados. Miren lo ocurrido en aquellos lugares donde no hubo
altura de miras para construir entre todos una transición, la dictadura terminó
en una guerra civil o una revolución.
Se nos están muriendo las hermandades
lentamente y o no nos damos o no nos queremos dar cuenta… y cada día que pasa,
cada noticia conocida, cada suciedad aflorada parece más difícil creer que aún
estemos a tiempo de salir del pozo que tristemente oculta entre basura todo el
bien desarrollado por los cofrades anónimos que, desinteresadamente, luchan contra
viento y marea en el seno de nuestras cofradías.
Demuestren los actores que aún es posible
convertir toda está oscuridad en luz y que los que estamos instalados en el pesimismo estamos equivocados. Impugnen nuestros argumentos con hechos antes de que el
pueblo cofrade les impugne a ustedes, y dejen de culpar al mensajero por contar
cómo se empeñan en meterse en el fango hasta las rodillas y de paso meternos a todos los demás. Háganlo, estaremos
encantados de reconocer nuestro error… y de encontrar esa luz al final del túnel.
Guillermo Rodríguez