Son extremadamente comunes en los tiempos que corren, en los que el conformismo de la costumbre se fue sustituyendo paulatinamente por la convicción de que existe vida más allá del mundo conocido y como no podría ser de otro modo, el universo cofrade no es ajeno a este fenómeno, cuya primera parte existe desde que el mundo es mundo y cuya segunda está a la orden del día desde que la democracia y su legislación dio carta de naturaleza a las separaciones de toda la vida.
Cualquiera que haya vivido intensamente una hermandad es consciente de que este desapego que experimentan personas destinadas a estas unidas para siempre por obra y gracia de la amistad verdadera se gesta, se desarrolla y se alimenta del ego del ser humano y del afán de notoriedad o del ansia de poder, tan humano, tan lamentable y tan frecuente en el común de los mortales y que es capaz de corromper hasta los vínculos más sagrados.
¿Quién no ha sido testigo en el seno de una cofradía de hermanos enfrentados por defender visiones antagónicas, compañeros de siempre situados en diferentes trincheras a resultas de unas elecciones o amigos de la infancia que terminan siendo protagonistas de una guerra por culpa de un miserable martillo?. Y es que la condición humana es así de mezquina, capaz de echar al olvido vivencias y recuerdos por culpa de estériles y sórdidas batallas que frecuentemente ni siquiera sitúan en primera línea a los divorciados que se ven separados sin solución por ser meros miembros de bandos distintos.
Probablemente la traición sufrida sea la auténtica raíz del divorcio sobrevenido, en la medida en que el concepto de amistad que muchos seres humanos tienen se basa en la confianza en el otro y tener la firme convicción de que el amigo verdadero no sería jamás capaz de venderte por un puñado de monedas o un cargo en una junta de gobierno.
Son traiciones que tienen vencedores y vencidos, la pareja de amigos original, el tercero que seduce a uno de los inseparables, el seducido y el traicionado, el vencido. Salvo humildad infinita por ambas partes, inevitablemente el resultado del proceso termina en divorcio y tristemente aquellos que compartieron parte de su vida dividirán sus caminos para siempre.
A veces, solo a veces no es una tercera persona la causa del divorcio sino un inanimado y oscuro objeto de deseo que adopta la forma de cargo, vara o martillo. En este caso la conducta de los implicados puede alcanzar niveles despreciables, utilizando a otros para sembrar cizaña alrededor de quien un día fue su compañero inseparable, un hermano, y ahora se convierte en el más nocivo de los seres y el depositario de todos los defectos y maldades.
Lo más triste de todo es que estos hechos se manifiestan en el seno de entidades adscritas a la iglesia, compuestas por personas que deberían dar ejemplo y no convertir las casas de hermandad en campos de batalla exacerbando los instintos más abyectos y si así sucediera, ser los guías del rebaño quienes pusieran coto a tanto desatino. En cambio, en innumerables ocasiones los pastores son incapaces de atajar estas luchas intestinas entre amigos o hermanos, tapándose los ojos para no verlas creyendo que de este modo desaparecerán, cuando no son cómplices activos tomando partido en las mismas e incluso aventando el fuego, convirtiéndose, en ocasiones, en un arma más de destrucción masiva.
Habrá quien diga que es natural que estas cosas sucedan en cofradías, porque no son más que grupos humanos en los que se manifiestan y reproducen las mismas miserias de nuestra condición humana y de la sociedad en las que se hallan inmersas. Otros pensamos que si no somos los cofrades, los cristianos, los que seamos capaces de dar ejemplo demostrando que la amistad y el amor están por encima de las luchas por el poder y que un abrazo verdadero es más valioso que cualquier sillón o de la gloria efímera derivada de tocar un martillo, nadie será capaz de sembrar un poquito de amor en este maldito mundo lleno de rencor y odio.
Guillermo Rodríguez
Reflexión adicional: Tome buena nota el hombre de negro: hay quienes valen mucho más por lo que callan que por lo que dicen y asuntos que jamás tendrán cabida entre las reflexiones que fluyen de la libertad conquistada. El respeto no se exige ni se impone, se gana, y hay quien lo perdió por el camino para jamás recuperarlo.
Recordatorio El Cirineo: Dios nos salve de los salvadores