Hoy no vengo a hacerle una crónica de la procesión del Carmen como el año pasado. Sólo vengo a hablarles de como pequeños gestos hacen que olvides todo e ilustro el artículo como nunca lo hemos hecho, con una foto personal, pero la ocasión lo merece.
Esos gestos, esos instantes son los que hacen que una servidora siga creyendo en la calidad humana que tienen algunas personas y que el cariño está por encima de todo.
Con un calor sofocante y en una calle estrechita nos disponíamos mi familia y yo a ver pasar a la Reina del Carmelo, Ésa que en mi casa tiene su sitio privilegiado por derecho propio y por tantas y tantas cosas vividas a su lado.
Poco a poco y con una nueva espectadora fuimos viendo pasar el cortejo de la Venerable Orden Tercera del Carmen hasta que los ciriales estaban a nuestra altura. En ese instante algo me impulsó a acercarme a Ella para presentarle al nuevo miembro familiar y siempre la tenga bajo su extenso manto. En ese instante éramos dos madres hablando de niños, como suele pasar. Unos segundos que mi chica estuvo en el cielo.
Cuando me disponía a marcharme de delante del paso, su capataz, Carlos Herencia Lastre "El Huevos", al que conozco desde que era una mocosa, me cogió de la cintura y me acercó aún más al paso carmelita para que mi hija escuchara bien las palabras que iba a pronunciar. ¡Gracias! ¡Mil gracias, Carlos! Sé que son palabras que salieron de tu corazón y estoy segura que mi padre, un enamorado y hombre de la Virgen del Carmen, como bien dijiste, se emocionó al escucharte mandando a esos marineros cordobeses de Puerta Nueva haciendo alusión a su nieta.
Disculpa que no tocara el martillo, alguien me enseñó que los martillos sólo debe tocarlos el capataz, honor, orgullo y privilegio que sólo tienes tú.
De nuevo mil gracias. A ti, tu equipo y a la Hermandad, por permitirme por un instante estar un poquito más cerca del cielo y por hacerme recordar que hay pequeños gestos que te pueden hacer olvidar.
Raquel Medina
Recordatorio Opinión: Sendero de Sueños