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domingo, 2 de agosto de 2015

El cáliz de Claudio: Vacío e irrealidad, el futuro de las cofradías


No se trata de una visión pesimista, ni siquiera de un augurio filosófico emanado del pensamiento de Jean Paul Sartre. Es una realidad palmaria que secuestra a la razón e imita al sentimiento y lo colma todo de vacío e irrealidad, voluntariamente adquirida. El más pintado se deja llevar y nadie protesta ante actitudes y poses inaceptables. Sin embargo, más allá de permitir que cualquiera, no sólo el que manda, sino cualquiera que sea parte, haga en cofradías de su capa un sayo, se aplaude. Distinto es el mensajero. Para el que lo cuenta y contextualiza, para ése no hay perdón ni remisión posible.

Todos y, repito, todos sabemos que se ha hecho de la barbaridad la norma. Todos sabemos que crecemos en repercusión, mientras en muchos casos las bases son débiles o ni siquiera existen. Todos sabemos que cualquiera se embarca en un proyecto faraónico con un número de hermanos (base social y económica de la cofradía) irrisorio que se proyecta en cortejos que dan que pensar. Todos sabemos que hay más hermandades, cuadrillas o bandas en una cantidad que, tal vez, no nos podamos permitir. Todos queremos ir a la catedral, pero salvo un breve experimento en los sesenta nadie ha salido jamás en busca del primer templo decididamente...

Las cofradías se han convertido en un escaparate de YouTube donde una chicotá puede tener miles de reproducciones. Puedes adorar el paso, el capataz o la marcha y darle a volver a reproducir hasta el infinito o el hartazgo. Frente al móvil o el portátil o la tableta serás el más devoto junto con los cien mil seguidores de ese canal. Sin embargo, los bancos de la capilla seguirán semidesiertos en los cultos.

Es una batalla más que pérdida. Una guerra que no llegó a empezar porque la bomba de protones la tiraron sin avisar. La culpa será de otro, por ejemplo, del que junto al selfie del Nazareno planta un texto y pone de manifiesto que quien obra así no sabe dónde está ¿O sí lo sabe? Seguramente, alguien lo vio y le dedico una mirada cotidiana ante algo habitual. El problema es de quien puso el texto sin saber que el equivocado era él, haciendo estación de penitencia en silencio, con su cirio y mirando al frente, mientras llegó cubierto al templo y por el camino más corto.

Cosas de la vida. Uno creyó que el origen tenía un motivo y un símbolo y que la excusa de la evolución no era una justificación, sino un argumento sincero para mejorar en lo adaptable y nunca tocar lo sustantivo. Quimeras veraniegas de quien cree que todo está perdido.

Blas Jesús Muñoz









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