Blas Jesús Muñoz. Podríamos comenzar estas líneas advirtiéndoles de que no se bañen en el río, pero sería una perogrullada pues precisamente el Guadalquivir, a su paso por Córdoba, puede que invite a muchas cosas, ahora bien, a darse un chapuzón coincidiremos en que no. Con o sin cocodrilo, las aguas del antiguo Betis (espero que nadie se enfade y lo catalogue como llamar a la Catedral como antigua Mezquita, aun cuando molestarse por algo así sea como el enfado de un niño por una realidad, o sea, que no se está mintiendo) no son precisamente las más adecuadas para calmar los rigores del infernal verano cordobés..
De hecho, puede que el reptil sea descendiente lejano del que se halla en el Santuario de la Fuensanta. Otra ofensa para quienes quieren que el anfibio pase a la gestión pública y alegarán que el actual viene a ser el fruto de una campaña orquestada por los mismos que pedían que no se tocara a San Rafael y hasta les da para pedir que se abra la segunda puerta o por pensar que una puerta de madera de los años setenta, por más supuestamente especial que haga la luz, no puede compararse a la calidad artística del resto del templo.
Tal vez el caimán haya venido para ajustar cuentas y que algún edil municipal se las tenga que hacer de Cocodrilo Dundee y, machete en mano y sombrero de camuflaje, se las vea con el bicho que avistaron en Majaneque. Incluso puede que no sea pariente del de la Fuensanta y sólo sea un elemento más de la desidia a que se ve sometido el Betis a su paso por la Colonia Patricia Corduvensis.
Sea como fuere probablemente el animalito cuyo origen se remonta a tiempos en que la tierra no estaba habitada por el sapiens, se irá agua abajo espantado por el cruento monumento a la desidia cordobesa que han hecho del otrora Río Grande. De hecho, tierra adentro, hay otro monumento así, lo llaman Medina Azahara y su gestión es pública.
Recordatorio Enfoque: El Teniente de Alcalde que fue costalero