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jueves, 27 de agosto de 2015

Verde Esperanza: Made in Spain


            No se preocupe, no me he vuelto loco escribiendo un artículo en inglés a pesar del título del mismo. Que las corridas de toros –a parte del flamenco-, tristemente en mi opinión, son una seña de identidad de los españoles para el resto del mundo es algo que no debería resultarle novedoso. Quien que me conozca bien sabrá que no soy el más taurino del mundo, y también será consciente de que Francisco Rivera, como personaje y lo que se le conoce públicamente como cofrade, no es santo de mi devoción. Pero lo sucedido estos días atrás, con el desquiciado deseo de muchos antitaurinos de que la cornada que este sufrió en una Plaza de Toros de Huesca resultara mortal, me ha hecho recordar algo que sucedió hace unos meses y que se me quedó en el tintero, como se suele decir.

            ¿Se acuerdan la crisis del Ébola acaecida en nuestro país hace justo un año? Todo comenzó con la repatriación del sacerdote Miguel Pajares, contagiado por el virus y que falleció pocos días después. No me corresponde a mí juzgar la decisión de la repatriación, aunque si quiere saber mi opinión, pienso que hubiera sido acertada de haberse hecho sin el hispano componente del chapucerismo. No hubiera sucedido nada y habría fallecido en su tierra. Muchas críticas por haber traído al país el riesgo de un peligro para la sanidad pública. Hasta ahí todo más o menos correcto, entra dentro del terreno de las opiniones. Pero como usted sabrá, una enfermera se contagió y el riesgo se hizo realidad palpable, todos pasamos miedo, al menos yo, para qué negarlo. Finalmente, y gracias a Dios, todo quedó en un tremendo susto. Pero volviendo un poco sobre la historia, aparece el perro de la enfermera –si un marciano llega y lee la narración de los hechos no se lo cree, pero así somos- llamado Excalibur y que fue sacrificado por las autoridades como medida de prevención para que no se extinguiera el brote, al haber existido contacto directo entre el animal y la enfermera. Y aquí es cuando se formó la de San Quintín. ¿Se podrían haber tomado otras medidas menos radicales? Sinceramente, este que está aquí no se siente capacitado para emitir un juicio de valor. Lo que sí sostengo es que no sólo se puso de manifiesto la incapacidad del gobierno para manejar asuntos delicados, sino también la hipocresía española. Un rasgo que nos caracteriza más si cabe que las corridas de toros.


Cuando el animal fue sacrificado surgió una gran corriente en las redes sociales y en la sociedad en general criticando esta decisión, tildando poco menos que de asesinos al gobierno por esta decisión. Lo que resulta curioso y deja a las claras la hipocresía de los susodichos es que los mismos que se cobijaban bajo el hashtag #TodosSomosExcalibur son los mismos que criticaban la repatriación del sacerdote -¿quizá su ocupación tenía algo que ver?- a España. Es decir, para estos individuos no era de recibo traer al sacerdote a su tierra para tratar de salvarle o, al menos, para que muriera en suelo español, pero sí lo era correr riesgos por salvar a un animal con muchas posibilidades de estar infectado. Es un perfecto exponente de la hipocresía de gran parte de la población española.

Porque resulta, y ya volviendo al tema de la tauromaquia, que muchos de los tipos que deseaban la muerte de Fran Rivera y otros –no todos, ojo- que enarbolan la bandera de la defensa animal para atacar a las corridas de toros, no defienden del mismo modo la vida humana –al menos la de seres humanos con determinadas características ideológicas y personales-, por ilógico que parezca. Buena muestra de ello es que se desee la muerte del torero pero no la del toro, o que se niegue frontalmente la repatriación del sacerdote infectado por Ébola pero se pretenda correr más o menos el mismo riesgo con un perro. O, y seguro que alguno lo estaba pensando, que se exija la existencia de la posibilidad de abortar asesinando a sangre fría pequeñas vidas que Dios ha brindado. 



Alguno dirá que muchos animales son más humanos que los propios hombres y mujeres, y no me cabe lugar a dudas. Sin ir más lejos seguro que muchos toros, perros, gatos y hasta peces de colores merecen más la pena que estos exaltados defensores de la vida animal, y que a la vez son ofensores –válgame el palabro- de la vida humana. Lo más curioso de todo es que a mí los toros nunca me han llamado la atención. No me molesta su presencia y respeto a quien le gusten, pero tampoco vería con malos ojos que las corridas de toros como tal fueran desapareciendo poco a poco. No vale la excusa de que es una tradición de muchos años. También lo era quemar en la hoguera a los que el poder –muchas veces religioso, para que vean- consideraba como herejes, o la esclavitud. Pero hubo que pararlo en algún momento por el bien de la raza humana. Pero el hecho de que piense esto de los toros no quita que me parezca absolutamente irracional el presionar para que las corridas de toros desaparezcan, por aquello de evitar el sufrimiento animal y la muerte innecesaria de los astados, y en cambio se exija y se utilice el aborto como lo más natural del mundo. ¿En las corridas de toros se asesinan animales pero en los abortos no se asesinan vidas de seres humanos inocentes? No comulgo con ruedas de molino, lo siento mucho.

Poniendo negro sobre blanco, me parece la máxima expresión de la hipocresía y la soplapollez española que un individuo se manifieste en contra de las corridas de toros y poco rato después vaya a manifestarte a favor del aborto. Seguramente usted tenga su opinión bien, regular o mal formada sobre el tema, y es posible que se encuentre irritado a estas alturas del artículo. Pero piénselo fríamente, dejando de lado los odios y las fobias. ¿Vale menos, igual o más la vida de un animal que la de un ser humano? ¿De verdad hay debate?

No concibo cómo se puede llegar a plantear el hecho de abolir las corridas de toros mientras la ley que permite el aborto continúa vigente y con el respaldo social actual. Bajo mi punto de vista, la sociedad ha de avanzar de forma lógica, y no me entra en la cabeza cómo puede ser que se valore más la vida animal que la humana, y es algo que salta a la vista como he dejado meridianamente claro con los ejemplos citados a lo largo del artículo. Cuando no se permita asesinar a inocentes indefensos dentro del vientre de sus madres, entonces y sólo entonces, entenderé que se pretenda la regulación de las corridas de toros tal y como se conciben actualmente, con el indeseable sufrimiento animal que ellas conllevan. Mientras, lo único que es cierto es que hay algo más Made in Spain que las corridas de toros, y es la hipocresía que habita en nuestra enferma sociedad.

José Barea


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