No sé por qué o, quizá, lo sé demasiado bien y me aterra el motivo de este abatimiento. La cuestión es que echo de menos los ochenta, aquella calle con nombre de hombre de la mar, la tierra y los pinos cuando los jardines eran propiedad de urbanizaciones de ricos. La piscina llenándose cuando estaban a punto de terminar las clases y su olor de yerba recién cortada. El hormigón de aquella Plaza de la Marina Española, la inmensidad de aquellas calles en la mirada del niño. En definitiva, el horizonte inalcanzable de todo lo que restaba por venir.
La expectativa del niño siempre parte del asombro y, de no ser así, algo estará fallando. Recuerdo a Corbalán dirigiendo a España hacia la gloria argenta de Los Ángeles, el Vietnam de M.A.S.H., la Canción Triste Hill Street, la música en la radio de los hermanos Auserón, la tristeza de amor o las manos en la masa que me descubrieron a Sabina. Había punkies en las calles, litronas y todo era más natural.
Sé que usted, querido lector, si no llega a los treinta, al menos, no me entenderá, pero hasta las cofradías eran más naturales, más de calle, de barrio y hasta de agrupaciones musicales detrás de algún palio. Todo se construía sobre la marcha y, con muchos menos conocimientos, la cosa fluía y la Semana Santa solo se vivía en Cuaresma y a duras penas. No era mejor, y no echo en falta la información con cuenta gotas, pero sí aquel espíritu donde todo estaba por llegar.
Recuerdo que, tiempo después, por Capuchinos vi venir hacia mí a la Virgen de la Caridad. Aquel palio y aquellas marchas matarían a más de uno hoy y, sin embargo, Ella lo ocupó todo. Sabía ya, desde mucho antes, cuál era mi destino. Y ahí está la cuestión, todo lo que ha venido, todos los que han crecido entre Bisbal y Justin probablemente no sepan de aquella lucha y no estén preparados para ésta.
En la que estamos se halla en juego nuestra supervivencia. A este sorbo del cáliz aun no se conocerá el pregonero o la pregonera de la Semana Santa 2016. Le deseo la mayor de las suertes, pues desde su atril deberá representar algo incómodo para muchos, mientras que para otros es una forma de vida, una cuestión de piel, de fe, de lo que perdimos y lo que ganamos.
Blas Jesús Muñoz
Recordatorio El cáliz de Claudio: Tontos con sombrero