Blas Jesús Muñoz. La Hermandad de la Santa Faz se renueva con la llegada del mes de noviembre. La Virgen de la Trinidad toma, no solo el luto, sino el nombre de la parroquia que la alberga para mostrar el dolor compartido con quienes añoran a los que no están, en la certeza y consuelo mismo de saber que ya descansan con el Padre.
Se presienten en la distancia los ecos de la Cuaresma, el crujir exacto del llamador que Carlos golpeará para llamar a los valientes, al oficio sacro de portar a la Madre de Dios. Contemplándola, se perciben los trazos precisos de cada pliegue que las manos de Eduardo, su vestidor, dibujan con tanto amor desde hace tanto.
La Trinidad lleva su nombre y, en un apartado de la estancia, la mirada de Antonio Poyato capta las imágenes como un tesoro vivo que, a cada imagen relampagueante, ya pasa a ser patrimonio inmemorial de quienes se postraron ante Ella, de luto, la Virgen de la Trinidad.
Se presienten en la distancia los ecos de la Cuaresma, el crujir exacto del llamador que Carlos golpeará para llamar a los valientes, al oficio sacro de portar a la Madre de Dios. Contemplándola, se perciben los trazos precisos de cada pliegue que las manos de Eduardo, su vestidor, dibujan con tanto amor desde hace tanto.
La Trinidad lleva su nombre y, en un apartado de la estancia, la mirada de Antonio Poyato capta las imágenes como un tesoro vivo que, a cada imagen relampagueante, ya pasa a ser patrimonio inmemorial de quienes se postraron ante Ella, de luto, la Virgen de la Trinidad.