Quizá este
popular refrán sea el que mejor resuma mi pensamiento acerca de lo sucedido
estos días en la Córdoba cofrade. Por una parte aplaudo la decisión, desde la
distancia –que a nadie se le olvide, que hay algún despistado que me sitúa por
Capuchinos-, pero por otra me extraña que sea en el año 2016 cuando todas las
Hermandades cordobesas hayan decidido que lo lógico sea realizar estación de
penitencia al templo mayor de la ciudad.
Es cierto que el
hecho de que sólo exista un posible acceso a la Catedral para los pasos de las
Cofradías dificulta la cuestión, pero me chirría que este sea un
problema que no haya sido posible solventar en años, décadas ni siglos. Siguiendo
con los dichos populares, dicen que no hay mal que por bien no venga, y quizá
el continuo hostigamiento que las Cofradías de Córdoba están sufriendo, con la
condescendencia –cuando no la participación directa- de los organismos municipales
tenga su lado positivo en la cohesión entre Hermandades e Iglesia. Que nadie se
equivoque, esto no es politizar a las Cofradías, se trata de defender lo que,
por legítimo derecho, es nuestro. Ya era hora de que las Hermandades, en lugar
de ponerse de perfil, arrimaran el hombro por una causa por la que la Iglesia
lucha. No sé si esto es el comienzo de un enfrentamiento, ni de qué índole,
pero de ser así, nos hemos puesto en el lado correcto. Y no somos pocos, que a
nadie se le olvide.
En otro orden de
cosas –o no-, ¿saben cuándo el cristianismo empezó a hacerse verdaderamente
fuerte en los tiempos de Jesús? No fue con la muerte del Salvador en la cruz,
sino que tuvo lugar en la primera y la segunda generación inmediatamente posterior
a aquel hecho. Y es que los cristianos eran brutalmente perseguidos y
masacrados, o eso pretendían quienes ostentaban el poder en aquellos tiempos. Y
lo que sucedió es que se establecieron vínculos férreos entre los miembros de
la comunidad cristiana, y esto provocó que el resto de la sociedad prestara
verdaderamente atención al mensaje de Jesús, que los apóstoles iban
trasmitiendo a lo largo de todo el territorio conocido. Mataban a un cristiano
y salían diez más de debajo de las piedras que seguían el camino del primero. Todo
ello implicó que se disparara el número de personas que se convertía al
cristianismo, y con ello paulatinamente los gobernantes tuvieron que, primero
tolerar, y luego sucumbir a nuestra religión, incluso con la conversión del
Emperador Constantino, que fue el primero en legalizar oficialmente el
cristianismo.
¿Por qué les doy
esta pequeña y humilde lección de historia? Porque quizá en pleno año 2016 a los cristianos, y por
extensión a los cofrades, nos está sucediendo más o menos lo mismo que
acaeciera a las primeras comunidades cristianas. Nos persiguen, nos señalan con
el dedo y nos ponen todas las trabas del mundo. Con la diferencia de que
nosotros, en lugar de proclamar la grandeza del Reino de Dios como hacían
aquellos, agachamos la cabeza y callamos, tolerando lo que es intolerable. En Córdoba
han puesto pies en pared, y han pasado de la callada indiferencia a ponerse
indudablemente del lado de la Madre Iglesia. De este modo somos muchísimos más
fuertes que caminando por una senda que pretendemos labrar con nuestras propias
reglas y a nuestro antojo. Le han tenido que tocar la carita, como vulgarmente
se dice, a la Córdoba cofrade muchas veces para que, por fin, reaccionen ante
la injusticia y el acoso.
Así que, si
yendo de la mano de forma más o menos dubitativa, e incluso llegando a soltarla
en algunos casos, las Cofradías han logrado que ciertos dirigentes, desde luego
no son dudosos, hayan llegado a tocar martillos de pasos de Semana Santa, ¿qué
no se logrará si caminamos al mismo paso que nuestra Madre Iglesia? Lo que ha
sucedido en Córdoba es un muy buen ejemplo no sólo de que más vale tarde que
nunca, sino de que podemos llegar a ser el triple de fuertes si caminamos en la
misma dirección que la Iglesia. Como nosotros sabemos, sobre los pies, por
derecho o de costero a costero, pero al mismo paso que la Iglesia.
José Barea
Recordatorio Verde Esperanza: Lo que verdaderamente asusta