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jueves, 12 de noviembre de 2015

Verde Esperanza: Más vale tarde que nunca


Quizá este popular refrán sea el que mejor resuma mi pensamiento acerca de lo sucedido estos días en la Córdoba cofrade. Por una parte aplaudo la decisión, desde la distancia –que a nadie se le olvide, que hay algún despistado que me sitúa por Capuchinos-, pero por otra me extraña que sea en el año 2016 cuando todas las Hermandades cordobesas hayan decidido que lo lógico sea realizar estación de penitencia al templo mayor de la ciudad.

Es cierto que el hecho de que sólo exista un posible acceso a la Catedral para los pasos de las Cofradías dificulta la cuestión, pero me chirría que este sea un problema que no haya sido posible solventar en años, décadas ni siglos. Siguiendo con los dichos populares, dicen que no hay mal que por bien no venga, y quizá el continuo hostigamiento que las Cofradías de Córdoba están sufriendo, con la condescendencia –cuando no la participación directa- de los organismos municipales tenga su lado positivo en la cohesión entre Hermandades e Iglesia. Que nadie se equivoque, esto no es politizar a las Cofradías, se trata de defender lo que, por legítimo derecho, es nuestro. Ya era hora de que las Hermandades, en lugar de ponerse de perfil, arrimaran el hombro por una causa por la que la Iglesia lucha. No sé si esto es el comienzo de un enfrentamiento, ni de qué índole, pero de ser así, nos hemos puesto en el lado correcto. Y no somos pocos, que a nadie se le olvide.

En otro orden de cosas –o no-, ¿saben cuándo el cristianismo empezó a hacerse verdaderamente fuerte en los tiempos de Jesús? No fue con la muerte del Salvador en la cruz, sino que tuvo lugar en la primera y la segunda generación inmediatamente posterior a aquel hecho. Y es que los cristianos eran brutalmente perseguidos y masacrados, o eso pretendían quienes ostentaban el poder en aquellos tiempos. Y lo que sucedió es que se establecieron vínculos férreos entre los miembros de la comunidad cristiana, y esto provocó que el resto de la sociedad prestara verdaderamente atención al mensaje de Jesús, que los apóstoles iban trasmitiendo a lo largo de todo el territorio conocido. Mataban a un cristiano y salían diez más de debajo de las piedras que seguían el camino del primero. Todo ello implicó que se disparara el número de personas que se convertía al cristianismo, y con ello paulatinamente los gobernantes tuvieron que, primero tolerar, y luego sucumbir a nuestra religión, incluso con la conversión del Emperador Constantino, que fue el primero en legalizar oficialmente el cristianismo.


¿Por qué les doy esta pequeña y humilde lección de historia? Porque quizá en pleno año 2016 a los cristianos, y por extensión a los cofrades, nos está sucediendo más o menos lo mismo que acaeciera a las primeras comunidades cristianas. Nos persiguen, nos señalan con el dedo y nos ponen todas las trabas del mundo. Con la diferencia de que nosotros, en lugar de proclamar la grandeza del Reino de Dios como hacían aquellos, agachamos la cabeza y callamos, tolerando lo que es intolerable. En Córdoba han puesto pies en pared, y han pasado de la callada indiferencia a ponerse indudablemente del lado de la Madre Iglesia. De este modo somos muchísimos más fuertes que caminando por una senda que pretendemos labrar con nuestras propias reglas y a nuestro antojo. Le han tenido que tocar la carita, como vulgarmente se dice, a la Córdoba cofrade muchas veces para que, por fin, reaccionen ante la injusticia y el acoso.

Así que, si yendo de la mano de forma más o menos dubitativa, e incluso llegando a soltarla en algunos casos, las Cofradías han logrado que ciertos dirigentes, desde luego no son dudosos, hayan llegado a tocar martillos de pasos de Semana Santa, ¿qué no se logrará si caminamos al mismo paso que nuestra Madre Iglesia? Lo que ha sucedido en Córdoba es un muy buen ejemplo no sólo de que más vale tarde que nunca, sino de que podemos llegar a ser el triple de fuertes si caminamos en la misma dirección que la Iglesia. Como nosotros sabemos, sobre los pies, por derecho o de costero a costero, pero al mismo paso que la Iglesia.

José Barea







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