Suspira el querubín sobrevolando la selva de las calles estrechas donde a los capataces les gusta lucirse con poses serias y elevar la potencia de su voz para que se note quién manda o para que por mano del diablo el paso se le atranque delante de un farol y tenga que venir el bombero de terno negro a pagar el fuego de un mal golpe de varal.
Suspiros alados en esa selva de la que algunos quieren salir para ir por una calle más ancha y sin faroles camino del templo al que todos quieren llegar sin que les mengüen las fuerzas ni le tiemblen las piernas. O ponerle un ayudante que más que de capataz, vaya esquivando faroles como si esquiara en Aspen.
Suspira el Ángel porque sabe que en la selva hay una llamada con tres golpes y una foto que despierta a los leones dormidos. Suspiros que saben que poco importa todo cuando viene la llamada y ensayas de la mano con quien no te puedes ver ni en tu hermandad o, peor, ni en un bar.
Joaquín de Sierra i Fabra