Blas Jesús Muñoz. Se pierde la mirada en tu propio nombre que anuncia días opacos, letanías abstractas que caen de bruces sobre tu dolor predicho. Se nutren los llantos del tuyo, mientras los recuerdos emanan de tu piel que se roza con la de los afligidos, hijos de Eva. Se prende, de tus ojos, cansados el lamento postergado de tantas noches que no concluyeron al amanecer.
Pero la brisa emana de tu rostro con una promesa que sobrevive al noviembre o a la Cuaresma de tu Quinta Angustia. Ahora, la pérdida, alcanza incompresiones sin mesura, dolor pálido de cansancio y, sin embargo, nunca será la resignación la que venza al camino que te fue entregado y a la Gloria que se alcanza cuando has rayado el extremo.
La cáamra te mira en el Campo de la merced, como un testigo mudo de días concatenados. Nadie se atreve a mirar intensamente tu luto porque es el nuestro. Tal vez, Antonio lo ha arrancado de las sombras funestas para traerlo hasta aquí y, así vestida, compartamos tu dolor en nuestros propios recuerdos.
Pero la brisa emana de tu rostro con una promesa que sobrevive al noviembre o a la Cuaresma de tu Quinta Angustia. Ahora, la pérdida, alcanza incompresiones sin mesura, dolor pálido de cansancio y, sin embargo, nunca será la resignación la que venza al camino que te fue entregado y a la Gloria que se alcanza cuando has rayado el extremo.
La cáamra te mira en el Campo de la merced, como un testigo mudo de días concatenados. Nadie se atreve a mirar intensamente tu luto porque es el nuestro. Tal vez, Antonio lo ha arrancado de las sombras funestas para traerlo hasta aquí y, así vestida, compartamos tu dolor en nuestros propios recuerdos.