Blas Jesús Muñoz. Hubo un tiempo, no tan lejano, en que las cofradías se convirtieron en un refugio propicio que consolaba las lagunas filosóficas insalvables del dogma comunista. Aquellas preguntas que no podía contestar el materialismo histórico pareció responderlas la devoción hacia una imagen. Pedro García se refugió en el Señor del Buen Suceso, mientras Francisco Alcalde y Rosa Aguilar hacían lo propio en San Jacinto.
Fue una época donde ideología y fe iban de la mano que se asía a la esperanza de una vida eterna. Fue una etapa en que ambos compartían portadas, ella desde Capitulares y él desde Isaac Peral. Tenían su revista donde firmaban artículos repetidos sobre la importancia para las instituciones de las hermandades. Tenían sus viajes por tierras patrias para presentar la Semana Santa de Córdoba como en una Luna de miel eterna. Tan duradera que ahora la comparten desde San Telmo al mundo, ella como Consejera y él como su delegado fiel.
Tan era así que algunos eran antes católicos que comunistas. Tan era así que la otrora alcaldesa se vestía la túnica de los Dolores a escondidas, en una sala reservada para los regentes de la corporación del Viernes Santo, y se colocaba -bajo el anonimato del hábito nazareno- en la presidencia que precede a la Señora. Todo ello, coincidiendo con el estatus de su camarada Francisco en la presidencia del Cristo de la Clemencia.
Fueron tiempos dorados para las cofradías, pues no había que sobre actuar políticamente ni contra ellas ni contra su Iglesia. Fue un pasado cofrade del que no deberían renegar y subir fotos a redes sociales para así descubrir el verdadero color de la túnica de su hipocresía.
Recordatorio Enfoque: Es gratis reírse de la Virgen