Blas Jesús Muñoz. Cuando escribió la novela el máximo exponente del realismo mágico, bien podría haberse basado en la sucesión de acontecimientos vividos en Córdoba durante el último año y medio. Y, si bien la capital del Guadalquivir no es Cartagena de Indias, algunos de los personajes que han deambulando durante este ínfimo lapso de historia no podrían haberse hecho pasar ni por un esbozo de la imaginación exultante de Gabriel García Márquez.
La tabla de salvación del Icomos no es más que el penúltimo capítulo de un plan que, pese a edificarse sobre la marcha porque los actores son políticos, responde a una aspiración profunda que encuentra en la Iglesia su verdadero objeto y Estatuto. Baste recordar que todo comenzó con la inmatriculación. De la apertura de la segunda puerta solamente existía el recuerdo del rechazo al primer plan que presentó el Cabildo y que rechazó la Junta de Andalucía.
Después apareció en escena el asunto de la gestión y, en un giro casi teatral justo antes de un proceso electoral se daba luz verde a la apertura. Una luz que, a la postre, era ámbar para el más inocente de cuantos lo pensaron. Y así, tras las elecciones, el recién nombrado Primer Teniente de Alcalde (el de la cuarta fuerza política de la ciudad) se apresuraba a afirmar que la licencia de obras tendría que pasar por la Unesco.
Meses más tarde, como en un juego de brisca con las cartas marcadas, el partido aliado (a través de una ex camarada y ex maestra política de su aprendiz) atiende a la propuesta, pero desde su sucursal sevillana y así liberar a la "dirigente" local. Una maniobra que todos saben y nadie conoce, pero que deja a las cofradías en la mitad de u escenario en el que tendrán que pronunciarse o callar para siempre.