Esta el pueblo tranquilo. El cielo está teñido de un azul que preludia los días de gozo Inmaculista. La brisa mece las palmeras, aquellas que se libraron del picudo, de forma suave, sin violentarlas para no hacerles daño. Palmeras que nos traen el recuerdo del antiguo Oriente, hoy golpeado por el totalitarismo sangriento de gentes de mentes cerradas y absurdas. Verdes hojas de palmera cuyo susurro al ser movidas por el viento, nos recuerda la melancolía de un otoño, que por fin, ha comenzado a manifestarse como preludio de un invierno cada vez más cercano.
Celeste y verde. Colores marianos del próximo mes de diciembre. Tonos que darán al último mes del año un brillo que presagia la buena nueva de las fiestas navideñas. Colores que testimonian la pureza sin macula y expectación del parto del Hijo de Dios de la Virgen María. Ad Iesum per Mariam, la Madre nos mostrará a su Hijo y se convertirá en mediadora. ¡Quién mejor que una madre!
El pueblo continua tranquilo. Los días de vísperas, y otros inventos foráneos, hacen que el centro comercial sea un hervidero, que disimula de forma discreta, la tranquilidad de espíritu de nuestros conciudadanos y vecinos. La estatua ecuestre de don Gonzalo, se ha convertido en epicentro del consumismo vacío y hueco de esta sociedad, que pierde a pasos agigantados sus valores tradicionales. Esa sociedad que confunde los días de gozo por jornadas de consumo exacerbado. Sociedad que cree que la ostentación y el derroche son los ejes del mundo, es una sociedad que traiciona todos los principios de los que la forjaron. Sociedad que peca a diario, creyendo en una perfección alejada de todo sentido en estos tiempos en los que se trata de expulsar a Dios de la cotidianidad. Caemos demasiado en tentaciones capitales, sin mirar nuestro entorno. Tentaciones antiguas, como las que Dante reflejó en su Divina comedia.
Al igual que nosotros, las cofradías son reflejo de la sociedad de la que forman parte, nuestras corporaciones cometen errores, seguramente influenciadas por cosas banales y que solo son muestra de una pátina externa, que solo en ocasiones quedan en algo superficial y efímero. Están de moda los hermanamientos, cada vez son más frecuentes aunque luego en las reuniones de día no se reflejen, donde antes existía rivalidad ahora es bonito, aunque sea de cara a la galería, estrechar lazos. Las rivalidades sanas siempre fueron beneficiosas. Antaño se trataba por todos los medios quedar por encima de tu rival. Ahora las tornas han cambiado. Ya no luchas por hacer las cosas mejor que el vecino, y dar mayor gloria a tus sagrados titulares. Ahora en ocasiones se trata de menospreciarlo y humillarlo. Las críticas suelen ser hirientes en ocasiones, sin saber que él también lo hace con esfuerzo, cariño y devoción. Se cae en la soberbia, ese pecado capital, que te hace que te sientas el centro del mundo y el adalid de la perfección. Todo lo que haces, exornos florales, altares de culto, composiciones musicales, encargos artesanales, tus capataces y costaleros, incluso la forma de hacer estación de penitencia en sí, son la perfección más absoluta. Lo de los demás no importa, no saben hacer las cosas igual que tu, lo que hace que los mires por encima del hombro con aire de superioridad.
Hay que mirar hacía dentro de nosotros mismos y recordar de dónde venimos, y lo que somos. Todos hacemos las cosas con el fin de honrar a Jesús y a su bendita Madre. A Ellos les da igual mayor o menor cantidad de flores, si la cera es numerosa o de mayor pureza, si tenemos cuadrillas dobladas de costaleros, o si los músicos que contratamos tienen mejor formación e instrumentos que otros. A Ellos les importan otras cosas. Lo fundamental que no caigamos en tentaciones mundanas, como es la soberbia, ese pecado.
Quintín García Roelas
Fuente Fotográfica
Recordatorio La Feria de los Discretos: ¡Ciudad oriental, ciudad romántica!