Blas Jesús Muñoz. Se inicia la década de los noventa en
Córdoba y, un joven capataz, llama a las puertas de su destino. El
proceso se ha iniciado en la Hermandad del Huerto, al frente de la
cuadrilla de la Candelaria, así como asumiendo la responsabilidad de los
costaleros del Cristo de Gracia y en el Santo Sepulcro, el capataz,
Luis Miguel Carrión Huertas, comienza a calibrar la dimensión que
tomarán los acontecimientos.
La Córdoba costalera en la que prueba sus inicios Curro se
antoja con una fisionomía muy diferente a la que hoy observamos. Es una
ciudad distinta y la concepción del mundo del costal va de la mano de
ese concepto. La capacidad de sufrimiento de los hombres de abajo es
máxima, en contraste o como completo del exiguo número de costaleros
existentes. El tiempo, el afán de superación traerán consigo técnica y
un salto cuantitativo hacia el infinito.
Serán los años donde se fragüen los cimientos; la aparición
de Manolo Santiago que dota al capataz de un modelo, un sentido de las
cosas y, ante todo, de un amigo inolvidable. Fueron los años del avance
silencio, de la expectación, del artífice de un modelo de trabajo que se
implantará para llegar reforzado y vital hasta nuestros días.
Tres cuadrillas que, con unos u otros costaleros, han
cumplido o cumplen sus bodas de plata, con el denominador común de Curro
al frente de las mismas. Cuando el tiempo nos lleve a una Semana Santa
distante, las recordarán con añoranza o curiosidad, admiración o
sorpresa. Eso el tiempo lo dirá. Entre tanto, un cuarto de siglo, o más,
es mucho en este breve lapso de historia.