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martes, 8 de diciembre de 2015

El Cirineo: La verdadera grandeza


Siempre ha resultado más sencillo escribir canciones de desamor que de amor, no me pregunten por qué, pero así es. Puede que porque el reproche y la desafección se encuentren más a flor de piel que la felicidad habituada y que cuando se alcanza la felicidad al lado de alguien, la costumbre y la rutina acaben por banalizar la maravillosa realidad de la dicha cotidiana.

Algo parecido ocurre cuando un columnista de opinión se enfrenta a la página en blanco. Tendemos a realizar críticas en negativo con una facilidad que asusta y nos cuesta un mundo destacar las decenas de situaciones que nos satisfacen de la realidad que nos rodea. Y no porque no confluyan multitud de elementos que consideremos positivos sino porque generalmente resulta más sencillo subrayar los errores que enfocar los aciertos, lo que no deja de ser un modo más o menos irracional de injusticia.

También es cierto que en ocasiones hechos que quisiéramos destacar con todas nuestras fuerzas como bien hechas, siempre obviamente desde la humildad de nuestra visión subjetiva, ni mejor ni peor que la del resto de los mortales, quedan lamentablemente empañadas por elementos negativos perpetrados por el mismo individuo que se responsabiliza del acierto o en su caso por el entorno, que prácticamente inhabilitan cualquier intento de enaltecer acciones concretas. A fin de cuentas somos humanos y cuando no nos sale echar piropos pues es imposible, por mucho que nos esforcemos. La Alemania Nazi consiguió sacar a su país de la crisis bestial en la que estaba inmerso desde la Iª Guerra Mundial con un buen puñado de medidas económicas, entre las que se encontró algo tan sencillo como poner a los desempleados a construir esas carreteras que aún hoy son orgullo de los alemanes y envidia sana del resto de Europa, pero cuando cualquier historiador piensa en aquél régimen, difícilmente podría destacar estos aspectos indudablemente positivos de su gestión frente a la barbarie desplegada con posterioridad.

Lo mismo ocurre en el ámbito cofrade. Uno se detiene en campañas de solidaridad desarrolladas por alguna hermandad y desearía fervientemente poder escribir con orgullo sobre el asunto… e inmediatamente sobrevuelan a la mente destituciones cobardes, amenazas, comportamientos mafiosos, menosprecios al “contrario”, insultos y puertas cerradas en las narices de quien les sobra y francamente, los pocos elementos que en positivo se realizan por unos pocos se diluyen inevitablemente en el fango y la podredumbre de los impresentables que con sus actos ensucian el esfuerzo de los demás. Y es una pena, porque incluso en estas hermandades condenadas al abismo por obra y gracia de la acción o la omisión de dictadores que destruyeron su patrimonio humano dejándolas en manos de incompetentes, en el mejor de los casos, existen personas que se esfuerzan día a día por enaltecer el nombre de su hermandad, que luchan porque no se extinga la llama ni se agote la esencia que inevitablemente se va perdiendo por el sumidero del odio y lamentablemente su empeño se convierte en perfectamente inútil por el repugnante contrapeso de quienes dañan los cimientos del tesoro que heredaron.

Frente a estas corporaciones heridas de muerte, que continúan despeñándose en lenta agonía hacia el averno de la nada, existen otras que están realizando un esfuerzo sobrehumano, que se están convirtiendo en ejemplo vivo de lo que debe ser una hermandad y cuál es el modo correcto de crecer y enriquecer su patrimonio humano y material, con el sudor colectivo, lejos del préstamo mafioso que se acaba convirtiendo en un modo encubierto de transformar una cofradía en un coto privado.

Hermandades como la Cena, la Santa Faz, el Perdón, la Merced o la Agonía, entre otras, llevan años mostrando cuál es el camino, ilusionando a propios y extraños, asombrando con sus logros y sus proyectos, en ocasiones haciendo florecer auténticos vergeles en entornos en los que otros serían incapaces de encontrar una mísera gota de agua. Y sus dirigentes lo están logrando desde la humildad y la inteligencia necesarias para ser conscientes de que en una hermandad el pronombre personal de la primera persona del singular carece de importancia, y que en la colectividad está la fuerza de las organizaciones, en ser capaces de hacer partícipe a todos los que componen un grupo de un objetivo común, en concienciarse de que el tiempo borrará el nombre propio de quienes ahora desempeñan un cargo y que son muy pocos los mortales que son capaces de trascender a su tiempo, frente a quienes sólo tienen en mente ver su apellido escrito en un libro aunque para lograrlo tengan que pisotear a buena parte de quienes un día fueron amigos o compañeros.

El crecimiento experimentado por estas y otras hermandades es encomiable, en algún caso heroico y merece el respeto y la alabanza de quienes nos dedicamos con toda humildad a opinar sobre lo que vemos, porque se da la enojosa circunstancia adicional de que su labor suele quedar disimulada entre la perpetua alabanza pelota de quienes tradicionalmente han escrito sobre cofradías en esta ciudad y les niegan el pan y la sal acordándose siempre de los mismos para lo mismo, salvo que razones de amistad o vecindad les despierten la curiosidad y en su caso el elogio.

Hoy nuestro Universo Cofrade está en deuda con estas hermandades emergentes que se han convertido en auténticos referentes de nuestra Semana Santa. Desde lo más profundo de mi corazón gracias por lograr que muchos de los que estamos desencantados con todoloquehuelaaincienso sigamos encontrando un pequeño rescoldo de ilusión y esperanza en la hoguera adormecida de nuestros sueños de primavera. Ojalá vuestro esfuerzo ilumine la senda de quienes envueltos en el manto de la soberbia piensan que nada tienen que aprender de quienes les rodean y comprendan que la verdadera grandeza está en la materialización de la palabra hermandad y no en la retórica vacía ni el patrimonio heredado.

Guillermo Rodríguez











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