Mi ciudad,
tristemente, no puede compararse con la cercana ciudad de Sevilla,
colateral, pero tan distante en tamaño y experiencia, especialmente en
lo referente a cofradías, cuadrillas, costaleros, y en general
asuntos de Semana Santa.
He visto en esta
pasada semana, que algunas corporaciones de Córdoba intentan de alguna
forma regular, espero que sea con el beneplácito del Reverendísimo, la
formación de sus equipos de Costaleros y de Capataces,
de forma un tanto peculiar, para nuestra ciudad y su tamaño.
Los Capataces han de
tener más de 20 años, no pueden ser miembros de la Junta de Gobierno
pero si han de ser Hermanos, además de que todos los candidatos han de
recibir una copia de sus normas, cuando rellenen
su solicitud, obligándose a acatarlo si son elegidos.
El capataz será
escuchado y sus opiniones atendidas en cuantas reuniones se convoquen
por la organización de la Hermandad, si bien no tendrán carácter
vinculante para la Junta.
¿Complicado?, no
simple, y digno de admirar, por fin nos preocupamos de regular a fondo,
pero vamos con los costaleros, han de tener más de 18 y menos de 50
años, cuando lleguen nuevos podrán mostrar su preferencia
sobre el paso que quiera llevar, que el Capataz procurará asignarle,
pero al ser solo miembro de un equipo único de Costaleros, deberá asumir
el paso designado por el Capataz, sea o no el de su preferencia.
Bueno al menos ya no han de ser mayores, ni tener preferencias por una advocación, han de ser solo fuertes, y jóvenes.
Ya nunca más
hablarán bajo la oscuridad de las gualdrapas, en ese claustro de silencio
y oración de un paso en la calle, el viejo, el costalero mayor, ese
hombre templado y curtido por los años de desinteresada
entrega y nos dirá a los nuevos en los momentos de rendirse, que solo
nos quedan unos segundos para salir, de ese mal punto de tal o cual
calle, que en mi ciudad llegan a tener lomo en el centro de más de 10
centímetros, cosa del ayuntamiento y de la agrupación,
pero esto no lo regula nadie, ¿para qué?, no interesa.
Ese mayor que
enseñaba con su recogimiento que a los sagrados titulares había que
venerarlos, que en silencio, oraba delante de ellos, y si algún joven se
salía del tiesto, lo miraba, y con los labios sellados
le recriminaba con su mirada su aptitud y actitud, con la misma mirada
lo apartaba del guión en plena calle.
Aquél viejo que en
cada levantá al son de “alaestaes…” entre dientes, solo sabia decir
“cielo” y al arrancar los zancos del suelo, decía también “como la
primera…”, aquel viejo que solo nos alentaba, enseñaba,
transmitía serenidad, paciencia, entrega, educación, respeto, y
formalidad, solo una serie de cosas que parece que hoy es mejor regular
con sanciones, con expulsiones, aplicación de reglamentos de régimen
interno, etc.
Mejor eso que
aplicar el sentido común, que parece en algunos casos el menos común de
los sentidos, dejar las puertas una vez más cerradas, hacer las cosas
difíciles, eliminar, restar más que sumar, y es que la
edad me está matando.
Ya no podré ver en
mi ciudad, lo visto en otra de ellas, donde padre e hijo salían debajo
de un palio de renombre, y el mayor le decía al cincuentón: “Niño, donde
está tu hijo, para que se venga en este descanso
a tomarse algo, que lo invito yo, dile que lo quiere invitar su abuelo”
y al poco marchaban tres hombres por la calle, fajados, cansados, con
“su ropa” a beber un refresco, tres generaciones de servicio a su palio,
palio de poco nombre en Sevilla, era Macarena
en la calle Feria, el año 1985.
Mi ciudad regulada,
mis cuadrillas desechas, pero reguladas, las calles bien, gracias, la
edad, la edad es lo que me está matando.
Antonio Alcántara