Blas Jesús Muñoz. Ante una circunstancia mayor, todo se relativiza. Nos puede acompañar la muerte durante mil Navidades y, una de ellas, será la que acontezca tan definitiva que ya nada más tendrá importancia. Entre tanto, las celebraremos como una fecha más, fruto de la banalidad que impera, al igual que hacemos con cualquier noticia a la que elevamos al rango efímero del minuto importante de nuestro particular prime time.
Seguramente, la imagen que ilustra estas letras no sea la que germine más adhesiones. Como probablemente nada que tenga que ver con un mensaje genuino en una sociedad que cabalga entre el galope transgénico de sus días y lo envuelve todo con sucedáneos que han conseguido que olvidemos el sabor o la visión primitiva de las cosas.
En pleno corazón de una de las marcas consumistas por antonomasia, la imagen de un Nacimiento se aparece como una señal en el camino ¿Imaginan la de un Nazareno en Semana Santa o la de un costalero en Cuaresma? Lo insólito puede contener la emoción de la sorpresa y la esencia misma de lo que somos, dicho -a través de una imagen- mejor que con un millón de anuncios.
El tiempo camina deprisa y, tras estos días, todo serán costaleros, bandas y preparativos. Deténganse un instante y piensen que todo pasa y la cuenta decrece. Lo que no hayamos hecho, jamás volverá. Lo que queda en el recuerdo es el poso de lo que hicimos. Todo lo que aguarda es intenso y nunca es lo mismo repetido, si se sabe encarar. El mundo aguarda y, hasta desde las cofradías, estamos en condiciones de cambiarlo.