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domingo, 7 de febrero de 2016

El Viejo Costal: El pasado siempre está en el presente…


A mediados del siglo XIX, en muchos lugares de nuestra emblemática ciudad, los vecinos tenían a bien y a modo de costumbre, colocar altares en lugares particularmente señalados, unos por ser la espalda de un sagrario, otros un rincón querido, o simplemente una zona muy oscura, y así esta oscuridad en parte se veía rota por las velas o luz de candiles que alumbraba al altar, a la calle y a los que por allí pasaban.

Todo esto a pesar de existir en 1831 algunos centenares de farolas en nuestra ciudad de Córdoba, tantas había, que muchos de estos altares por orden de un político liberal, Ángel Iznardi, en 1841, viendo que la función pública de alumbrado ya estaba cubierta por el buen ayuntamiento de Córdoba, alegando que estos altares eran foco de suciedad, mezclados con restos de superstición y algo de religiosidad, determinó tranquilamente retirar los mismos.

Con el paso del tiempo y la evolución de los años, muchos creyentes, haciendo uso de la tradición consiguieron que algunos de estos altares volviesen a lucir en las paredes de algunas calles viejas como la misma ciudad nuestra.

Así es como en la calle Adarve, que recorría la parte de la muralla de nuestra ciudad que va desde la Torre Albarrana de la Malmuerta hasta la Puerta del Rincón, a la mitad, justo frente a la confluencia de la calle Moriscos, existe uno de estos altares, un cuadro con la imagen de Cristo portando su cruz, obra del famoso pintor cordobés D. Juan Manuel Ayala.

Este Cristo que fue asaltado a golpe de piedra, restaurado posteriormente por su autor, y que gracias a la tesonería de D. Rafael Soto, Concejal del Distrito Centro, y con la colaboración de los vecinos del barrio, finalmente volvió a ser colocado, en un humilde acto de desagravio un viernes del mes de Septiembre de 2014.

El lunes pasado, deambulando como vecino del barrio, criado en la calle Feria, ahora inexistente, que afloraba junto a la Plaza del Moreno, dirigí mis pasos por el arco de la Malmuerta y a la calle Adarve, por llevar mucho tiempo sin pasar por ella, eligiendo este itinerario en lugar del Colodro, otra de las puertas de la vieja muralla, pues bien, alzando la vista a mirar el cuadro del altar, el mismo vuelve a presentar dos roturas, en el cristal que salvaguarda al bendito cuadro.

Se repiten los hechos, por dos veces al menos que yo recuerde, se ven las manos de los que en otra época, unos con leyes, con nombre  apellidos, otros desde fuera de las leyes, con anónimo asalto,  rompe lo que a nadie le hace daño, ya que la imagen, creo yo, ni es ofensiva, ni grita a voces ven y sígueme.

Una mano anónima, de cobarde manifiesto, sin gritar siquiera “alto quien va”, le ha golpeado, dejando a modo de impronta, la rotura como gesto de su bagaje cultural. Educado en  esa nueva escuela de “vamos a destrozar todo lo que a nosotros no nos gusta”, otro salvaje más que político liberal, sin nombre, un cobarde que deja sobre Córdoba su impronta para el turismo, como muestra de su profunda cultura, dialogo, y saber hacer.

Esta vez, una vez más, el pasado siempre está en el presente.

Antonio Alcántara









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