Al finalizar la última eucaristía en el Convento del Santo Ángel, la cuadrilla de hermanos costaleros de Nuestro Padre Jesús de la Humildad y Paciencia, afronta uno de los momentos más especiales del año, cuando cada uno de sus componentes se convierte en humilde cirineo que porta sobre sus hombros a Aquél que gobierna sus pasos, sin más recompensa que la infinita gratitud de ser los pies del Hijo de la Paloma de Capuchinos.
En unos días llegará la gloria, la bulla, el aplauso y la grandiosidad, y la música y el compás se fundirán en una simbiosis perfecta que trasformarán cada centrímetro que avance el paso del Señor de la Humildad en un pedacito de Cielo al alcance de quienes acudan para beber de su mirada y alimentarse del maná de su esencia infinita. Pero antes, cada Martes de Pasión se convierte el momento del rezo, del recogimiento, del silencio y de la intimidad, del encuentro directo entre cada uno de ellos y el Hijo del Hombre, entre cada hermano y su Maestro, el momento de la sinceridad y la fe, de la verdad y la espiritualidad, el instante de sentirse cerca de Dios. Cada Martes de Pasión, cuando Él pisa las piedras de Capuchinos, Córdoba se halla un poco más cerca del altar de los sueños cumplidos.
Recordatorio Una jornada histórica para La Conversión