Dicen que Córdoba es así, una ciudad profundamente ingrata y cainita, en la que resulta altamente improbable que el contrario elogie los éxitos de su rival, por evidentes que sean, y en la que se convierte en imposible que las victorias particulares se transformen en compartidas. Una ciudad en la que la envidia es el deporte extraoficial más practicado y el resentimiento la necesaria factura en la que los pobres hombres anotan las deudas que su falta de generosidad y su reprobable maniqueísmo que reduce sus miserables vidas a repartir a sus conciudadanos en buenos y malos, en amigos y enemigos, considera imprescindible para levantarse de su mezquindad cada vez que la realidad se empeña testaruda en demostrarles la insignificancia en la que desenvuelven su cotidianidad. Esos mismos que pretenden aplicar sus carencias a quienes no piensan como ellos intentando hacer creer a sus fieles que todos construyen opiniones en función del grado de amiguismo y no de la integridad intransferible.
Esa no es la ciudad que yo quiero y me niego rotundamente a aceptar que estemos condenados a que esta cualidad despreciable sea el santo y seña de sus habitantes. Por eso vivo empecinado en que sea la libertad de expresión la que determine de manera incuestionable que se pueda elogiar o censurar en función de cada circunstancia independiente de las actuaciones de cualquier protagonista público y no se circunscriban las opiniones a favor o en contra en base a las filias o fobias del opinador de turno. Del mismo modo que vivo empeñado en que algún día seamos capaces de hacer comprender hasta a quienes presentan el nivel de tara más elevado de la escala, que la opinión de quien rubrica, es suya y no la del medio en el que lo hace. Todavía en esta ciudad repleta de mentes provincianas y de personajillos que adornan ficticiamente su apellido, hay quienes siguen sin comprender este extremo.
Vayamos al meollo del asunto. Duela a quien duela, con el ocaso de la Semana Santa, una banda se ha convertido en protagonista indiscutible de la información en la Córdoba Cofrade, en virtud de dos contratos que la sitúan en una posición privilegiada en aras de ocupar el lugar que merecen por su calidad indiscutible, hasta para quienes abanderados en la verdad absoluta del pensamiento único derivado de sus gustos particulares les niegan el pan y la sal. Una banda que ha atravesado una travesía por un desierto de olvido y rechazo, habituales en esta ciudad cainita que acostumbra a ensalzar mediocridades que vienen de fuera con una generosidad que asusta y a menospreciar todo aquello brotado de lo más profundo de sus entrañas con un facilidad que avergüenza.
Todo ello aderezado con el inconfundible aroma de la envidia de los mediocres frente a un éxito que debería vivirse como colectivo, que se verá potenciado en estos momentos en que la gloria parece reservar un lugar de privilegio a aquellos que han trabajado en silencio para alcanzar el pedacito de cielo que demanda su realidad. Habrá quienes se amparen en un repertorio determinado, como si ello fuese impedimento para abarcar un amplio espectro que se adecue con perfección a los cánones exigidos por la hermandad de turno, y olvidando que la amplitud de contenidos es un lujo al alcance de muy pocos. Pregunten en San Juan de la Palma si es posible abarcar lo que algunos les parece inabarcable.
En menos de un año, será el momento de disfrutar de los logros cosechados, los ciertos y los que hayan de llegar, y de tapar la boca de quienes piensen que es en el ataque directo y no en el trabajo callado en lo que hay que sustentar un futuro que conserve y mejore los éxitos recolectados. Porque lo importante no es llegar sino mantenerse. No tengo la menor duda de que la calidad musical de la Banda de la Salud, cuya evolución es ejemplo y orgullo para todos los cofrades de buena fe, está poniendo las cosas en su sitio, del mismo modo que estoy plenamente convencido de que su techo está aún muy lejos de ser alcanzado. Esta banda está concebida y trabajada para ocupar un lugar merecido entre las más grandes del género, y el tiempo terminará por darme una razón que particularmente no defiendo ahora, cuando comienza el tiempo de los laureles, sino hace mucho, cuando solamente pronunciaban su nombre lejos de la ciudad de San Rafael. Si alguien tuvo la menor duda al respecto, esta quedó literalmente fulminada cuando Eternidad asombró a propios y extraños aquella maravillosa noche de febrero que compartimos en San Roque.
Ahora es tiempo de trabajar y luchar porque todo este esfuerzo materializado en un reconocimiento que comienza a revelarse se convierta en los cimientos de un futuro cuyos límites están todavía por determinar. Y de asumir la crítica que lógicamente habrá de venir, la legítima y honrada y la que carece de estas cualidades, la justa y subjetiva y la que se ampara en otros factores menos respetables. Aprender a sobrellevarla contribuirá a forjar la grandeza necesaria para moverse bajo los focos, porque como bien dice la frase apócrifa atribuida erróneamente al Quijote, “cuando los perros ladran es señal de que cabalgamos” y los que nos exponemos semana tras semana, día tras día, desde este pequeño espacio de libertad llamado Gente de Paz, podemos dar fe de ello. Y no perder nunca de vista que es rotundamente cierto que "a la cima no se llega superando a los demás, sino superándose a sí mismo"... que jamás caiga esta verdad incuestionable en el olvido. Sea como fuere comienza la época de recoger los frutos del trabajo bien hecho y por nuestra parte de disfrutarlo. Felicidades.
Guillermo Rodríguez
Director de Gente de Paz
@GuillermRodrigu
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Fotos @BCTsaludcordoba