Blas J. Muñoz. El azar, llamémosle así, es caprichoso. Tanto que hay quien lo llama Providencia y les confieso que en demasiadas ocasiones no me cabe duda de que así es. La fotografía que ilustra este recuerdo es fruto de ella. Les explico. Es una noche de lunes como otra cualquiera, salvo que hoy no vuelvo a casa después del trabajo. Antes he de hacer parada en uno de los espacios comunes que, con más cariño y nostalgia, recuerdo de cuando eché los dientes escribiendo de cofradías.
Ha pasado un siglo de aquello. Y frente a mí se encuentran dos de las personas que más han marcado mi visión de la Semana Santa, quizá, en muchos aspectos, para observar la diferencia entre lo meramente cotidiano del quehacer de una hermandad y el punto donde se halla lo distinto, aquéllo que dota sentido la realidad para trascenderla. Es una línea difusa, pero no cabe duda de que se hace imprescindible.
Mantenemos una conversación distendida, exacta, confortable en esos espacios de confianza de la visión compartida. Todo fluye y, mientras los escucho hablar, no puedo dejar de pensar en el que era antes y en quien soy ahora. Cómo pasa el tiempo y cómo hemos cambiado siendo los mismos. Mientras escucho atento a Rafa y a Miguel Ángel. El movil no deja de vibrar. Y no siento ninguna tentación de echar mano al bolsillo del pantalón.
Salimos del taller del imaginero. Es bastante tarde y ojeo los mensajes en el teléfono. Una foto consigue que esboce una sonrisa asombrada y una punzada por lo que hace ya casi dos años no pudo ser. La imagen es del paso que se había dispuesto para aquella salida extraordinaria de la Virgen de la Salud y, durante dos horas, he estado hablando con el imaginero que le dio vida. Aquella procesión no pudo ser, pero hoy mismo hemos soñado con lo que se acerca cada vez más. Sin duda, más que azar es la bendita Providencia.