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miércoles, 13 de abril de 2016

Tres siglos de amor y cincuenta años coronada


Blas J. Muñoz. Las devociones se cuentan por siglos y la intensidad con que, durante los mismos, generación tras generación fue dejando el sedimento de la fe, la plegaria, la acción de gracias en una letanía perfecta de amor entregado sin condiciones ni cortapisas. Una autoafirmación de la costumbre que se convierte en el derecho elevado a ley del cofrade.

Esto sucede con la devoción de Córdoba a la Virgen de los Dolores. La primera Coronada, la veneración adscrita a la ciudad que no se comprende en toda u amplitud sin la misma. Si el arte posee como cualidades las de conmover y ser el fruto de su tiempo, la fe -el reconocimiento innato de la trascendencia- es afín e intrínseco al género humano, desde su primer alumbramiento en el que tomó conciencia de sí mismo y reconoció la muerte como un paso (ello se comprueba desde las primeras impresiones artísticas documentadas).

De esta manera, la piedad mostrada hacia la Virgen es un paso natural ante la revelación de un mensaje. Un mensaje de Mediadora Universa, de Arca de la Nueva Alianza. Esto supone, nada más y nada menos, cualquier representación mariana que, en Córdoba, encuentra su punto de inflexión en la Señora de San Jacinto y la urbe la conoce y reconoce en una devoción entregada de tres siglos. Pontífices y reyes, patrimonio material e inmaterial que, ahora, se recogen en una exposición de la que Antonio Poyato nos trae devoción e historia a partes iguales.






























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