No existen las segundas oportunidades, sino situaciones distintas que aprovechar o dejar pasar. Recuerdo como si fuera hoy –ahora que estás allí-, aquella primera vez, aquel enfrentamiento solitario con la inmesidad del anonimato, aquella gente sin nombre, aquel andén, la dársena exacta que te lleva a orillas donde siempre estamos naufragando. La precisión de la memoria estrabajo de ilusionista porque nunca te cuenta la verdad completa, sino como al gusto particular de cada momento.
Aquella tarde de Madrid no pensaba en ir a la Almudena ver el Crucificado de Juan de Mesa, que una tarde en los jardines del Palacio Real me llevó de la mano de un templo que no recuerdo, pero que me dejó otra imagen más de él, cual guionista invisible de mi vida. Ni podía soñar con aquel beso de años más tarde en otra ciudad -que tampoco era la mía, pero que también lo es de alguna forma extraña-, que hizo que me temblaran las rodillas.
Aquellas llegadas con sus despedidas no eran una segunda oportunidad, sino el prólogo, con sus primeros capítulos de la mejor parte de mi vida. Lo que siempre tengo claro es que no se trata de un segundo intento para mí y para las demás cosas que observo tan perplejo que, a veces, cuando veo obrar a los demás, la tentación de pensar que no saben que es ahora o nunca me inquieta. Porque la ocasión no volverá jamás repetida, con suerte, en otro tiempo y forma.
En septiembre se ha fijado el plazo y, si no hay acuerdo para trasladar la carrera oficial, ¿qué pasará? ¿Seguirán intentándolo como si de los envoltorios de los chicles de los ochenta se tratara? "Sigue buscando", esas dos palabras puede que cobren sentido. Solo cabe esperar que no se trabaje bien, sino excelente. Que no haya generosidad, sino un empeño decisivo y que las trabas, como en aquel 2007, se entiendan desde la perspectiva de que todo, absolutamente todo, tiene una solución satisfactoria, más allá de las propuestas, que luego fueron base, para que, al final nadie se arrepienta de no haber tenido una segunda oportunidad.
Blas J. Muñoz