Guillermo Rodríguez. Define la devoción, el diccionario de la Real Academia de la Lengua, como "amor, veneración y fervor religiosos". Si nos circunscribiéramos, desde el punto de vista cofrade, en exclusiva a esta descripción, seríamos incapaces de comprender el sustrato que subyace bajo el sentimiento profundamente asentado en el espíritu del cristiano, del cofrade, cuando está frente al Cristo o la Virgen que ocupa el centro de sus oraciones.
Más allá de que seamos conscientes de que las imágenes sagradas no son más que la representación de Jesucristo y de su Bendita Madre, el cofrade experimenta a lo largo de su vida la sensación de que existe un hilo invisible, inexplicable para el profano, que liga para siempre su corazón a una advocación concreta que arrastra con ella toda una serie de sensaciones, que trascienden el hecho religioso.
Cuando un cofrade piensa en su Virgen no lo hace solamente en la imagen, ni siquiera solamente, con todo lo que ello implica, en la Madre de Dios. El concepto incluye, dentro de lo que representa, una larga serie de emociones que tienen mucho que ver con la herencia recibida y con la vinculación de la hermandad a la que pertenece con su propia existencia y la de quienes le rodean, los presentes y los pretéritos. Por eso resulta inevitable acordarse de quienes ya no están y le llevaron de la mano, en su más tierna infancia, frente al Cristo de su cofradía, para enseñarle a quererle de manera desinteresada.
Cuando las circunstancias impiden respirar en su cercanía, la ausencia es inenarrable. Este es el sentimiento que destila una frase, cargada de contenido, que nos ha regalado en el día de hoy el community manager de la Hermandad de la Caridad. Sobre una impresionante fotografía de José Ignacio Aguilera del espectacular crucificado de San Francisco, rezaba el texto "cuatro meses sin verte". Una frase impregnada del vacío infinito de quien va a buscar a su padre y no lo encuentra donde siempre le espera. Una frase que evidencia que sólo el cofrade comprende que una imagen sagrada es mucho más que una escultura.
El Señor de la Caridad, como les hemos venido contando en Gente de Paz, se halla en los talleres Regespa, que dirige el prestigioso restaurador Enrique Ortega, quien de la mano de Rosa Cabello, están llevando a cabo los necesarios trabajos de restauración y conservación para que pronto el maravilloso crucificado vuelva a reinar junto a la Calle de la Feria con todo su esplendor. Mientras tanto, los hermanos de la Caridad, seguirán experimentando esa sensación de soledad indescriptible que nada puede curar, salvo la esperanza y el recuerdo.