"Vamos a llevarnos bien...", eso debió pensar el hombre cuya elección estuvo envuelta en sombras hasta que el que todo lo puede y todo lo ve (no me refiero al Altísimo) decidió que aquí no passa ná, como diría el maestro Burgos. Alguien debería aclarar, para quien lo desconozca a estas alturas, que cuando se aplica esta frase por parte de la autoridad competente, no significa necesariamente que nada haya ocurrido, sino que no se puede demostrar, como cuando en las películas americanas de tribunales (todo un género oiga) se habla de la famosa "duda razonable".
Es lo mismo que cuando se agita la bandera del "tu palabra contra la mía". Hombre, es lícito creer que, en teoría, no hay razón para otorgar a la verdad del denunciante más peso que a la del denunciado, pero en la práctica es obvio que no todos gozan de la misma credibilidad.
Aferrados a lo políticamente correcto como andan en los últimos tiempos los que se la cogen con papel de fumar (hoy vamos de expresiones coloquiales), a algunos les resulta incomprensible que se pueda poner en tela de juicio la legitimidad del que ha accedido a un cargo por el mero hecho de que quien está por encima del bien y del mal, en el tiempo libre que se permite entre pregunta y pregunta sobre la situación familiar y personal de algunos, haya decidido que nada puede ser demostrado fehacientemente y que por tanto ni ha de fiscalizarse ni repetirse nada. Bien, aceptando pulpo como animal de compañía -no nos queda otra, nadie dijo que la democracia hubiese llegado a todos los ámbitos de la sociedad-, una impugnación, una destitución en respuesta a un posicionamiento (soberana pero discutible, como todo), una sucesión de candidatos con noes incluidos, alguno de ellos en virtud de dar más valor a la amistad que al apego a un cargo, y otra serie de situaciones derivadas, son argumentos más que suficientes como para que se pueda entender que las sombras, como las meigas, haberlas haylas.
Se puede ocupar un cargo legítimamente porque el órgano decisor determine que no existen fundamentos jurídicos o en su caso no hay motivos de peso (demostrables sin ningún atisbo de duda) para poner en tela de juicio un proceso de elección y sin embargo que el común de los mortales tenga todo el derecho a pensar que a la vista de la reacción de unos y otros no han bajado las aguas todo lo limpias que deberían a orillas de la verdad verdadera. Y por extensión, indiscutiblemente, cualquiera tendrá derecho a considerar a un elegido para un cargo, legítimo jurídicamente hablando pero no moralmente. Del mismo modo que un dictador ejerce el cargo de presidente de un estado conforme a las leyes vigentes y por tanto lo ostenta legalmente sin que ello sea óbice para que la opinión pública pueda entender que, desde el punto de vista ético, no es legítimo, ¿o sólo aplicamos esta máxima a veces?.
Sucede que cuando se entiende que se está por encima del mencionado bien y el mal (que apechuguen los que han decidido que todo era perfecto) entonces se puede llegar al extremo de creer que la advertencia puede tapar bocas. Sutilmente, suavemente, llevando consigo a un perro de presa que gruña, ladre y parezca morder mientras sujetan su correa en muestra de magnanimidad. Mientras algunos aclaran dudas con toda la educación del mundo, otros utilizan la amenaza, burda y zafia. "Vamos a llevarnos bien porque si no… pasará lo que tenga que pasar…" con el objetivo de lograr sumisión absoluta al cargo, silencio y vasallaje, como con aquella legendaria frase de El Padrino… "le voy a hacer una oferta que no podrá rechazar…" y vaya si no la rechazaban… el miedo a la cabeza del caballo era demasiado poderoso.
Y es en este preciso instante cuando se hace aún más necesaria la llegada clarificadora de la luz del día y la aparición de alguien con la autoridad moral suficiente para explicar a los amedrentadores, que la Edad Media terminó en esta tierra hace siglos, y con ella los señores feudales y los vasallos y que El Padrino es una de las mejores sagas de la historia del cine, (si fuese un "artista" neo-renacentista les hablaría del libro de Mario Puzo, pero francamente no lo he leído), pero aplicar las técnicas de la Familia Corleone con lo que ha llovido, de una complejidad extrema, por muchas veces que se utilice en la misma frase las palabras abogado, denuncia o tribunal. En cualquier caso si esto no sucede, que nadie se preocupe ni pierda la fe, si ninguna voz se encarga de recordarlo, desde aquí lo haremos, lo seguiremos haciendo; no sé si tendremos autoridad moral o nivel intelectual suficiente, pero lo haremos… no les quepa duda.
Guillermo Rodríguez