Esther Mª Ojeda. Juan de Mesa y Velasco. Cordobés afincado en Sevilla y, sin lugar a dudas, una de las figuras más representativas del Barroco en Andalucía, cuyo inestimable trabajo lo llevó a su consagración dejándonos en herencia una magnífica producción de las imágenes pasionistas más admiradas y comentadas de nuestra Semana Santa.
El insigne imaginero no dejó tras de sí, al parecer, mucha información sobre su persona. No se tiene constancia de la existencia de retratos que pudieran dar una pista sobre su aspecto físico, así como tampoco se conoce ninguna biografía ni documento alguno – no tratándose del aspecto profesional – que nos permita acercarnos más a la vida del misterioso artista. La falta de bibliografía sumada a los tres largos siglos en los que su nombre cayó en el olvido por motivos desconocidos tras su muerte – según apuntan algunas fuentes, pudo incluso deberse a una conspiración por parte de sus coetáneos fruto de la superación del propio Juan de Mesa con respecto al que fuera su maestro, Juan Martínez Montañés – ha hecho que la figura del escultor llegue hasta nuestros días convertido en una verdadera incógnita.
Se sabe, eso sí, que fue en 1606, a la edad de 23 años cuando Juan de Mesa se trasladó a Sevilla, lo que supondría la continuidad de su formación, ya de la mano del mencionado maestro Montañés. Un hecho del que han quedado pruebas gracias a la conservación del contrato de aprendizaje entre ambos y que podíamos ver gracias a la cuenta de Twitter “IAPH” (@IAPHcursosymas) y de cuya restauración se hicieron eco el pasado 1 de junio. Dicho contrato se firmó en la fecha del 7 de noviembre de 1607, – a pesar de que al parecer Juan de Mesa llevaba desde junio del año anterior trabajando en el taller – hecho para el que fue necesaria la colaboración del escribano Jerónimo Lara.
Además, según el documento, el imaginero cordobés se declara entonces huérfano, motivo por el cual se le asigna un tutor, responsabilidad que recaerá sobre el ensamblador Luis de Figueroa. El contrato realizado en papel de manera artesanal hasta hacer un total de 27 folios – y conformado mayoritariamente por bifolios – se refiere a Juan de Mesa concretamente en las páginas 752 y 753, donde se detalla la información que ha permitido suponer que el cordobés ya había iniciado su formación anteriormente, posiblemente en su ciudad natal, ya que aquí se afirma que el acuerdo refería una enseñanza que buscada la culminación de los estudios del artista.
A pesar de lo atrayente del contrato que sería el comienzo del éxito y el reconocimiento de Juan de Mesa, no es el único legajo que ha llegado hasta nuestras manos. Tan solo sería cuestión de recordar el testamento, también mencionado hace unos días en otra publicación de Gente de Paz, que el escultor dejó a pocos días de su fallecimiento y en el que hacía referencia al encargo de la Virgen de las Angustias para la iglesia de San Agustín de Córdoba. O, sin ir más lejos, la carta de pago de 1620 por la ejecución del Señor del Gran Poder y de San Juan Evangelista para hispalense Cofradía del Traspaso.
En definitiva, unos papeles cuyo aspecto, grafía y expresión parecen remontarnos a años pretéritos y que, sin embargo, nos saben a poco a la hora de conocer mejor al hombre sobre el que las escasas pistas que se tienen nos han descrito como responsable, discreto y trabajador. Un hombre que supo imprimir a sus obras el realismo y dramatismo necesario para acercar al pueblo a la Pasión del Cristo y con ello, despertar la devoción que ha otorgado al nazareno de San Lorenzo el título de “Señor de Sevilla” y la admiración y el respeto que surge ante la rotunda afirmación que elevan a la Virgen de las Angustias y al Cristo muerto en sus brazos a ser las tallas más valiosa de la ciudad de Córdoba.