Esther Mª Ojeda. Toda
tradición que se precie está expuesta a vivir períodos de verdadero auge pero
también de decadencia a lo largo de su historia, tal y como ocurriese con
algunas hermandades cuyos altibajos las condujeron hasta su desaparición y
posterior refundación o con la perdida costumbre que caracterizaba la Semana
Santa del siglo XIX en la que la instalación de los altares domésticos que
iluminaban las calles cordobesas, especialmente en las noches del Jueves y el
Viernes Santo, era todo un clásico.
Ocurre lo mismo con los altares de culto que también han sufrido la ingratitud de los ciclos pero que, sin embargo, han podido recuperar su relevancia y con ella su esplendor en los días previos a la Semana Mayor. Y así, después de algunos años, hemos podido ser testigos del restablecimiento de una tradición tan antigua que aúna la devoción y la estética, a veces tan llamativa y sometida a modificaciones en los últimos tiempos.
Hace
tan solo dos días, la siempre interesante cuenta Twitter “Archivo Cofrade”
(@Archivo_Cofrade) volvía la mirada al pasado dando muestra tanto del imponente
altar de cultos establecido para Nuestro Padre Jesús de Pasión de Sevilla y en
el que también aparecía acompañado de la Virgen durante la década de 1930 como del
altar de quinario del Señor de las Penas de San Vicente en 1934.
En
los últimos tiempos, los medios se han ido haciendo eco en numerosas ocasiones
de los espectaculares altares alzados por algunas de las cofradías de la
capital hispalense nombrando los más reseñables y, a veces trayéndonos al
presente imágenes más propias del pasado – en el que dada su gran trascendencia
se destinaban importantes sumas de dinero – como en el caso del Cristo del Buen
Fin, el Cristo de la Caridad de Santa Marta o Nuestra Señora del Valle.
También
en Córdoba contamos con múltiples y, en algunos casos, famosas instantáneas que
daban cuenta del pasado de las hermandades y más concretamente, de la majestuosa
ornamentación – para lo cual solía ser necesario ocupar el altar mayor – que
caracterizaba los altares de cultos con los que se pretendía homenajear a los
titulares y que servían a su vez de preparación para la estación de penitencia.
Sin
duda, las Hermandades de la Caridad y la Misericordia fueron claros ejemplos de
esta tendencia llevada a su máxima expresión como demuestra el Álbum Gráfico 1937-1950
de la página oficial de esta última en el que podíamos ver al Cristo de la
Misericordia en su altar de cultos en San Pablo en 1941, para el que se utilizó
una gran cantidad de cirios y faroles y, dos años más tarde, ya en San Pedro
presidiendo el altar en el que se había colocado un extensísimo velo sobre el
que destacaba la imagen del Señor.
En
los últimos años, la recuperación de esta tradición nos ha llevado a ver los
espléndidos altares en forma piramidal levantados por la Hermandad del Sepulcro,
en el que no faltan el luto y el característico color de sus cirios, fieles a
su estilo al igual que la cofradía del Remedio de Ánimas, con sus típicas
alegorías e inconfundible clasicismo que la distinguen del resto de
corporaciones.
Igualmente,
hemos podido presenciar los majestuosos altares de la Hermandad de las
Angustias, también memorables cuando aún se erigían en la capilla que ocupaba
en la Iglesia de San Pablo o el de la Hermandad de la Expiración en su quinario
de 2014, año en que el Santísimo Cristo volvió a ocupar el altar mayor de su
sede estrenando dosel y no solo con la habitual compañía de la Virgen del
Silencio, sino también con la de la imagen de San Juan regalándonos con ese
gesto una estampa del todo inusual.
En
definitiva, toda un tradición que las nuevas generaciones han recuperado poco a
poco hasta su total renacimiento, inspirándose en los fastuosos altares de
mitades del siglo pasado aunque sujeto a las modificaciones lógicas del
presente y en las con frecuencia solemos ver reflejada la influencia sevillana.