Esther Mª Ojeda. Es complicado, realmente complicado pensar en la Semana Santa hispalense sin que nos sobrevenga la inconfundible cara de la Macarena. La cara de Sevilla. La Virgen abanderada de la Madrugá por excelencia y que tanto ha fascinado siempre a propios y extraños. Una Virgen a la que las cadenas de televisión nos acercan año tras año con su salida – y también con su entrada – de su cada vez más popular basílica, haciéndonos testigos de cómo el pueblo de la capital andaluza se deja la voz en una lluvia interminable de “guapas” y saetas.
Una tradición que nos ha ido acercando a Ella cada vez más con las múltiples alusiones a sus famosas mariquillas. O con el misterio que dice esconderse tras su asimetría y su ceño fruncido dejándonos con la intriga de si la Virgen llora o sonríe, convirtiéndola en una especie de Mona Lisa sevillana. O el eterno debate de su antigüedad y su autoría, respecto a la que tantos nombres se han barajado y entre los que se han salido a relucir el de “la Roldana” o incluso el de Juan de Mesa. Toda una historia de preguntas, aparentemente sin respuesta, que la trajo hasta un siglo XX marcado por la guerra que la obligó a ocultarse en un cajón en el que fue trasladada a un domicilio que la salvó del incendio que destruyó San Gil.
Un siglo XX que nos dejaba la fotografía más antigua de la Macarena – reconocible prácticamente solo por sus características cejas – a la que habrían de seguir otras muchas entre las que se encuentra aquella en la que lucía luto en mayo de 1920 por la muerte de Joselito el Gallo. O esas otras dos, igualmente célebres, que nos permitieron ver a la Virgen con aquel moño tan característico e incluso con el pelo suelto. En definitiva, toda una serie de datos que conforman la apasionante y larga historia de la Macarena.
Tan apasionante y llena de incógnitas, que ha eclipsado en multitud de ocasiones la presencia del Señor de la Sentencia. Una imagen del siglo XVII en torno a la que no oscilan tantas especulaciones por la precisión de los datos que se tienen sobre sus orígenes, descartando así la existencia de cualquier enigma. Por eso quizá las miradas se han vuelto generalmente hacia la dolorosa de la corporación, empañando a veces un pasado no exento de magníficas y, cuando menos, interesantísimas instantáneas.
Sin ir más lejos, la fotografía que mostraba el antiguo misterio de la Sentencia – de distribución muy distinta a la actual con la figura del Señor de espaldas al público y en una posición no tan visible – en las puertas de una abarrotada y, tal y como ya se mencionó antes, posteriormente quemada iglesia de San Gil. Al igual que aquella otra tomada en torno a 1915 en la mañana del Viernes Santo, en el que el misterio, por aquel entonces conocido como “La Barbería” por la disposición de las imágenes talladas por Emilio Pizarro hacia finales del siglo XIX, se disponía a regresar a su templo.
Aunque, de una antigüedad aún más abrumadora era la fotografía publicada el pasado 4 de agosto por la interesantísma cuenta de Twitter “Archivo Cofrade” (@Archivo_Cofrade), realizada entre 1887 y 1899 en el interior de su templo y también rodeado del antiguo misterio que, en aquel preciso momento, mantenía la talla del Señor más cercana al espectador. Una escena escogida de entre otras muchas que constituyen un pasado lleno de historia y curiosidades que, con frecuencia, ha quedado silenciado por la enigmática expresión de la Macarena.